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Voto de janto:
8
8,6
86.329
Comedia
Un humilde barbero judío que combatió con el ejército de Tomania en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después del fin del conflicto. Amnésico a causa de un accidente de avión, no recuerda prácticamente nada de su vida pasada, y no conoce la situación política actual del país: Adenoid Hynkel, un dictador fascista y racista, ha llegado al poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de ... [+]
6 de setiembre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realizada en 1940, "El gran dictador" representó una verdadera bofetada en la cara del nazismo y en la de sus muchos simpatizantes norteamericanos que le veían como un baluarte contra el comunismo de Stalin. Chaplin tuvo muchos problemas para llevar a buen puerto su propuesta, pero al final, fruto de un esfuerzo encomiable, las salas de cine del mundo (o casi, porque en un lugar llamado España un pequeño dictador se encargó de censurarla) pudo escuchar uno de los más famosos gritos de advertencia de los que el cine ha sido capaz en su historia.
Sátira despiadada de un despiadado asesino, Charles Chaplin, director e intérprete de joyas como "La quimera del oro", "Tiempos modernos" y "Luces de la ciudad", se arriesgó y mucho con esta película. Recibió presiones, amenazas, padeció incluso una investigación por parte del F.B.I. que, por aquel entonces, estaba en manos del inefable y fanático ultraconservador Edgar J. Hoover. Conviene no olvidar la coyuntura en la que el director se movía. Hitler había derrotado en Dunkerke a los ingleses y las tropas alemanas habían pulverizado la línea Maginot. París había sufrido la entrada de los ejércitos nazis y la victoria sonreía al Führer cuando un hombre conocido mundialmente como Charlot se atrevió a plantarle cara al asesino de la cruz gamada.
"El gran dictador" plantea dos historias paralelas que, al final, se entrelazan. Dos personajes idénticos, un barbero judío, héroe de la I Guerra Mundial, y el dictador Adenoys Hynckel, interpretados ambos por Chaplin, son los opuestos que ponen en marcha la historia. Uno, el verdugo ridículo que desde el poder controla la vida de sus súbditos (ciudadanos que devienen esclavos), el otro, la víctima que, tras haber padecido amnesia de guerra e ignorar cómo el lider de la doble cruz se ha apoderado del país, regresa al guetto donde vivía y trabajaba como humilde barbero. La gran historia y la pequeña se interrelacionan y revelan que nadie es ajeno al devenir político del lugar donde vive. Diversos avatares llevarán a la confusión de uno y otro personaje para finalizar con el barbero judío, investido con el poder de Hynkel, ofreciendo un canto a la libertad y a la democracia que aún hoy pone los pelos de punta.
Las referencias de las que se nutre "El gran dictador" son varias. Desde la más obvia, la de los cortos que Chaplin interpretó como el memorable hombrecillo del bombín y el bastón, hasta a dramaturgos como Aristófanes y Shakespeare. Del primero, actualizó el discurso político a través de la farsa; del segundo el juego de ambigüedades y personajes idénticos que provocan hilaridad en el espectador.
Sátira despiadada de un despiadado asesino, Charles Chaplin, director e intérprete de joyas como "La quimera del oro", "Tiempos modernos" y "Luces de la ciudad", se arriesgó y mucho con esta película. Recibió presiones, amenazas, padeció incluso una investigación por parte del F.B.I. que, por aquel entonces, estaba en manos del inefable y fanático ultraconservador Edgar J. Hoover. Conviene no olvidar la coyuntura en la que el director se movía. Hitler había derrotado en Dunkerke a los ingleses y las tropas alemanas habían pulverizado la línea Maginot. París había sufrido la entrada de los ejércitos nazis y la victoria sonreía al Führer cuando un hombre conocido mundialmente como Charlot se atrevió a plantarle cara al asesino de la cruz gamada.
"El gran dictador" plantea dos historias paralelas que, al final, se entrelazan. Dos personajes idénticos, un barbero judío, héroe de la I Guerra Mundial, y el dictador Adenoys Hynckel, interpretados ambos por Chaplin, son los opuestos que ponen en marcha la historia. Uno, el verdugo ridículo que desde el poder controla la vida de sus súbditos (ciudadanos que devienen esclavos), el otro, la víctima que, tras haber padecido amnesia de guerra e ignorar cómo el lider de la doble cruz se ha apoderado del país, regresa al guetto donde vivía y trabajaba como humilde barbero. La gran historia y la pequeña se interrelacionan y revelan que nadie es ajeno al devenir político del lugar donde vive. Diversos avatares llevarán a la confusión de uno y otro personaje para finalizar con el barbero judío, investido con el poder de Hynkel, ofreciendo un canto a la libertad y a la democracia que aún hoy pone los pelos de punta.
Las referencias de las que se nutre "El gran dictador" son varias. Desde la más obvia, la de los cortos que Chaplin interpretó como el memorable hombrecillo del bombín y el bastón, hasta a dramaturgos como Aristófanes y Shakespeare. Del primero, actualizó el discurso político a través de la farsa; del segundo el juego de ambigüedades y personajes idénticos que provocan hilaridad en el espectador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Las interpretaciones son geniales. Tanto Chaplin en su doble papel como Jack Oacki como Benzino Napoloni (sangrante parodia del bufón fascista aliado de Hitler) se salen. Paulette Godard (esposa del director en aquel momento) convence con su energía y vulnerabilidad en la piel de Anna, la novia del barbero. La realización es algo lenta, vacilante, en ciertos tramos de la historia, algunos gags no están conseguidos del todo, aunque la mayoría son extraordinarios (la llegada de Napoloni a Tomenia, los discursos de Hynkell en un argot incomprensible, maravillosa imitación de Hitler, el baile con el globo, antológico...) El diseño de producción es magistral, dando el pego en muchas ocasiones. La pregunta de por qué no se escuchó este aviso de Chaplin quizá pueda responderse por dos motivos. El primero, porque "El gran dictador" es una comedia y, por desgracia, el discurso corrosivo de ésta como testigo y espejo deformante de la realidad había ya perdido mucho fuelle (hoy en dia ni te cuento). El otro, que Chaplin era considerado por los sectores más derechosos un filo comunista y eso se habría de ver confirmado con la petición del infame Comité de Actividades Norteamericanas para que éste fuese a declarar.
"El gran dictador" merece un puesto de honor en la historia del cine. Ojalá sea un referente para futuros directores para que el cine vuelva a ser un arma de denuncia de los abusos de poder y de los políticos y religiosos que pretendan poner en la picota las libertades que tanto nos ha costado alcanzar a los europeos.
"El gran dictador" merece un puesto de honor en la historia del cine. Ojalá sea un referente para futuros directores para que el cine vuelva a ser un arma de denuncia de los abusos de poder y de los políticos y religiosos que pretendan poner en la picota las libertades que tanto nos ha costado alcanzar a los europeos.