La canción que habéis leído más arriba resume, por sí sola, el argumento de Piratas del Caribe 3: En el fin de la franquicia. Si Johnny Depp la interpretase en "Saturday Night Live", a buen seguro ganaría el Oscar que los cerdos endogámicos hollywoodenses le negaron en la primera entrega de la saga.

Ah, se me olvidaba. También tenemos alucinaciones bergmanianas (¡ese homenaje a "Fresas salvajes", amigo Gore!); barcos todoterreno; esbirros orientales de usar y tirar; a una satánica majestad con problemas con los cocoteros; a Leone en un atolón; a Gulliver en Piratalandia; a un remolino Disney especialidad de la casa (la sombra de "La sirenita" es alargada); y, como colofón, el beso más coreografiado de la historia. Pero nada de todo esto tiene que ver con la trama. Se trata, por el contrario, de una coleccion de fuegos artificiales tan bella en su grandiosidad como vacía en su contenido. ¿La excusa? Mantener la atención del espectador a cualquier precio.

En una palabra: Grotesca. Si no la suspendo ipso facto es por el bonito detalle final, cuando El holandés errante vuelve a la superficie capitaneado por Errol Flynn (al menos, por un clon suyo). No sé si voluntaria o involuntariamente, pero en esa escena -tomate- Orlando Bloom me ha hecho recordar tiempos más felices. Gracias, cuate.