(hablar por lo bajo - casi como un susurro - y preservar los gritos para momentos impactantes, resulta ya, un mérito propio del cine asiático.)

Cinta muy oscura, rodada con una extraña mezcla entre poesía y masacre; realidad y exageración; confusión y razonamiento; calidad y cantidad. Nakashima está seguro de aquello que quiere contar, pero su planteo es tan complejo que hasta su propia idea se auto-supera.
La sangre se escapa por la heladera, por los escritorios, camina sobre pisos de madera y se divide en el filo de los cuchillos.

Actuaciones magníficas. Es una locura el mero hecho de imaginarse a esos niños protagonizando algo tan violento y significativo, colmando la pantalla y encarnando personajes abocados al sufrimiento y a ciertos complejos existenciales.

El guión recuerda al maestro coreano Park-Wook y sus historias negras sobre la venganza. Y la música le acompaña a la par, melodías que trascienden la superficie.

Concluyendo, otro hijo del cine oriental al que Hollywood querrá imitar a toda costa sin éxito alguno (salvo el de las taquillas).

Es un gusto consumir este cine, pérmitanme decirlo, es que no hay otro continente capaz de contar así las historias.


Extraordinaria.