Imposible no acordarse de aquellas geniales viñetas de Francisco Ibáñez en las que nos contaba las historias de un edificio cuyos vecinos estaban todos mal de la cabeza sin excepción. De hecho, en algunos gags de la película también me llegué a acordar de Javier Fesser. Y es que la película es algo así como juntar la atmósfera de Terry Gilliam y el estilo humorístico de Javier Fesser en una marmita francesa y sazonarlo todo con dosis de humor negro.

Peronalmente, a la película le encuentro un problema gordo, que es el mal desarrollo del argumento. La historia se divide en dos partes claramente diferenciadas: en la primera se hace una contundente presentación de la situación y los personajes, y en la segunda se desarrolla el argumento en sí. Y para mí ese es el mayor defecto de la película: El argumento es pobre, tarda mucho en arrancar, y cuando por fin lo hace se desarrolla además de una manera muy caótica e irregular para mi gusto.

Obviamente la película se salva por un par de meritorios detalles: la caracterización muy cuidada de los personajes (factor típico en este tipo de cine francés, lo cual siempre es de agradecer), todos ellos muy excéntricos y con personalidad hilarante; la ambientación post-apocalíptica, complementada a la perfección con esa fotografía anaranjada; y un puñado de gags que por fuerza te harán reír en algún momento del metraje.