No me gusta nada hacer caso a los tópicos pero después de ver esta película, y acordarme de otras españolas, creo que es verdad eso de que la gente latina es diferente. Somos más dados a la risa y al cachondeo que a la pena y el llanto, o quizás nos inventamos nosotros aquello de llorar de risa... Lo que sea, pero aquí los hermanos, más que primos, italianos se han montado una comedia increíblemente divertida sin más base ni sustancia que el atraco a un monte de piedad, ni siquiera a un banco, porque había que ver el entorno... Ruinas, miseria y pobreza en un barrio ruinoso, miserable y pobre de una ciudad de un país que se está recomponiendo después de una guerra de la que salió arruinado y misérrimo...

Pero en ese ambiente tan pobre y triste aparecen Marcello, Vittorio, Claudia, Totó o Renato y alguien llamado Memmo Carotenuto que quiero creer que es un señor viejecito, bajito, feito, desdentadito y absolutamente descacharrante del que te enamoras nada más verle... Se dedican a la rebusca, al descuido, al timo, al trapicheo y al "ratocinio" variado para sobrevivir en esa ciudad donde parece que no hay nada aprovechable. Golfos de medio pelo con brillantina, guapitos de cara partida, más chulos que un siete y medio y pillos eternamente pillados. Viven, por temporadas, en la cárcel, la chabola, la calle o la chatarrería; esquivando a duras penas la fábrica o el taller porque trabajar es la última condena de unos seres pobres pero libres, que sueñan con el gran golpe y el atraco perfecto.

Lo que pasa es que ellos, como nuestros José Luis, Manuel, Gracita, Alfredo o Agustín, son los reyes de la chapuza, la improvisación, la mala suerte y el humor buenísimo. Porque ahí están, sacando petróleo de todo eso, riéndose de sí mismos y cocinando esta maravilla de historia sin más ingredientes que el ingenio y la genialidad de guionistas, directores y actores maravillosos, con el resultado de un potaje mediterráneo de garbanzos, gracia, chorizo, humor y morcilla. Exquisitamente delicioso, consistente y ligero a la vez, en su punto justo de ternura y dureza, con su salsa agridulce de humor más bien negro, sacándote de la sonrisa a la carcajada sin un minuto de tregua. Sublime.