El inicio es muy original, 2:30 sin música ni diálogos, solo ella y él en una habitación. Antonioni pone el sello desde el pitido inicial. Marca de la casa. Esa inquietante tranquilidad, rodeada de obras de arte (guiño durante todo el metraje del director), contrasta con la secuencia larga de la bolsa. La hipocresía del minuto de silencio, así como ese comentario tan canalla de Piero sobre su coche, con un cadáver omnipresente, nos devuelve a la putrefacta humanidad que saboreemos en “La Aventura”.

Luego, los guiños a África y los vuelos por los aires son una toma a tierra para el personaje de Vittoria, que ha vivido desde la ternura de la edad encorsetada en una relación rutinaria. Tan rutinaria y aburrida como el lugar de la cita y sus costumbres. Su ignorancia tiene miedo de salir de su zona de confort, al fin y al cabo, ahora que a los 30 descubre por fin la vida.

Hay un comentario racista, que no quiero pasar por alto, de la nativa keniata. Es el estilo Antonioni. Su manera de criticar la basura que nos rodea es así, haciéndonos ver como si fuera en primera persona, pero no. No lo es.

En resumidas cuentas, un paseo por cosas que pasan que no nos llevan a ninguna parte. Una idea revolucionaria que dio paso a nuevas formas de cine pero que, bajo mi criterio, se diluyó con el paso del tiempo. Para muestra un botón. Solo se puede admirar esta obra si la miramos con ojos expertos de albores de los 60.