No es un tema que me apasione y por otro lado tenía pinta a priori de ser un largo lacrimógeno. Pero bien es cierto que Icíar Bollaín es lo mejor de nuestro país, nunca se ha vendido a lo clásico del circo cinematográfico (recuerdo ese aborto llamado Hay Motivo, donde su corto era el único que no apestaba ni era un panfleto político) con películas tan admirables como Te doy mis ojos, que era crudísima. Así que uno si tenía mediano interés en ver el filme en cuestión.

¿Y el resultado? Más que decente. Uno no esperaba encontrarse la historia de esta manera, dividida entre Portillo por un lado y Tosar y Olazabal por el otro lado. Portillo está sobresaliente, se come ella la pantalla, inclusive cuando Tosar está con ella.

Si que he de admitir que la escena de los cambios de los antiguos miembros de ETA (esa escena en el pueblo) se queda algo coja, da la sensación de que podían haber centrado algo más los esfuerzos en ese segmento y menos en la parte de la cárcel.

De la misma manera que la familia de Portillo, me interesa menos.

Pero es ponerse con el tema de las entrevistas (sobre todo la de Olazabal, donde tanto ÉL COMO PORTILLO están SOBRESALIENTES) y el filme coge ritmo.

En otras palabras, no me estaba entusiasmando mucho hasta llegados los cuarenta, cincuenta minutos. Luego el filme es una cascada de emociones que por cierto, evita y de que manera la lágrima fácil.

Bollaín sigue en sus trece. Cualquier tema social que toca consigue evitar las zonas comunes. De las mejores cineastas del país.