No hace mucho tiempo Kenneth Branagh volvió a desmantelar la ya harto trillada obra “Asesinato en el Orient Express” echando mano de presupuesto y lustroso reparto.
El inglés Gilles Paquet-Brenner es el que se ha atrevido ahora a adaptar otra novela de Agatha Christie, tal vez de las menos conocidas pero que según su autora es de las que más satisfecha se sentía. Dejando aparte la importancia de la obra o no, lo que si que es evidente es que estamos delante de un proyecto que no está a la altura de las expectativas.
Estamos de nuevo con un encargo inflado en su reparto de actores de prestigio que no se ha aprovechado por su calidad. Así nos encontramos con Glenn Close, Terence Stamp, Julia Sands entre otros y se deja como actor conductor del barco a Max Irons a una joven promesa que todavía no ha demostrado nada significativo.
Como ya pasaba en “Asesinato.. se nos muestra un único escenario del crimen en una mansión familiar con un buen número de sospechosos que a poco que nos esforcemos al llegar a la mitad de la película los avispados espectadores sospecharan casi con total acierto quien es el asesino.
Tras la muerte su nieta Sophia (Stefanie Martini) acude a Charles Haywadr su antiguo amante que aunque en un principio se muestra reacio, necesita el empleo.
Poco a poco irán surgiendo los típicos celos, odios y codicias de los familiares y que serán motivos posibles para haber cometido el crimen.
La historia rodeada de la muerte del aristócrata Aristides Leónides en su mansión está cargada de familiares sospechosos. Pero la investigación no crea el clímax de suspense adecuado y queda lineal y monótona.
En definitiva una nueva e irregular adaptación de la escritora “reina” del misterio que parece ser que se han empeñado en mancillar su corona.