Toda película tiene una parte 'terrenal' que puede ser la que componen todos los aspectos técnicos de la misma y una parte espiritual que puede ser todo aquello que trasciende de lo que primero y que tiene que ver con aquello que se cuenta. Al fin y al cabo el cine consiste en eso básicamente: en contar historias a valiéndose de unos medios técnicos que permiten captar el movimiento de los personajes, una iluminación, una fotografía,etc.

Pues aquí hay una parte terrenal preciosa y espectacular con una fotografía impecable y unos paisajes ultraterrenales, pero, por contra la parte espiritual es un enredo que parece improvisado y errático durante todo el metraje. Los personajes, salvo el más simplista y estereotipado del hombre rudo, habituado a sobrevivir en la hosca naturaleza y poseedor de conocimientos ancestrales de lucha contra las inclemencias, contador de leyendas y transmisor del floklore aprendido... el resto componen un plantel tan poco interesante como aquel que lleva la voz cantante, el cual, de hombre instruido y cultivado en la moral cristiana, que aparentemente, debería suponer un contrapunto interesante, con una espiritualidad superior frente a la brutalidad local... se queda en poco menos que un niño pijo más preocupado de hacer fotos chulis que de aportar algo a un argumento que naufraga y al que los giros inesperados de guión, que parecen querer levantar de alguna manera la historia, no ayudan mucho.
Sobre el colonialismo del refinamiento danés ante los rudos nativos islandeses, poco desarrollo se le da, se difumina y se pierde en los vaivenes argumentales.
En fin: bonita y vacía postal, como la propia isla.