Si después de tantas décadas de cine de entretenimiento los norteamericanos aún no han aprendido que los buenos envoltorios no maquillan productos mediocres, qué decir de sus colegas británicos. Poco importa la ambientación de época o los efectos visuales si la historia que tienes entre manos se desploma sobre un guión tan aburrido, simple y estereotipado y todo el protagonismo de la película recae en un actor cuyas mayores dotes interpretativas consisten en poner mirada desafiante bajo un ceño fruncido. Ideal para semiadolescentes descerebrados poco impresionables por la visión de sangre, vísceras y desmembramientos. Mención especial para el operador de cámara y sus más que evidentes problemas con el alcohol. Castaña pilonga.