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España España · Valencia
Voto de Talladal:
6
Drama Año 1183. El rey de Inglaterra Enrique II Plantagenet reúne a toda su familia para pasar las Navidades y decidir quién le sucederá en el trono. Manda llamar a su esposa, la maquiavélica Leonor de Aquitania, a quien mantiene encerrada en una torre después de haberla repudiado, y también a sus tres hijos: el taimado Geoffrey, el insignificante John (Juan sin Tierra) y el colérico Richard (Ricardo I Corazón de León). Conviene tener en ... [+]
8 de mayo de 2009
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una inacabable fuente a la que acudir ante la sequía de ideas que invariablemente aqueja al séptimo arte es la Historia. La Historia está tan preñada de sucesos pintorescos y extraordinarios seres humanos que muy bien se podría concluir que la realidad imita al arte. En esta película concurre lo más granado del mundo medieval: Entre otros, Eduardo II de Inglaterra, el soberano más poderoso de su época, Leonor de Aquitania, esposa sucesiva de un rey de Francia y un rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, el rey reverenciado por Robin Hood, Juan Sin Tierra, el desdichado rey al que obligaron a firmar la luminosa Carta magna, y Felipe II Augusto, uno de los más grandes reyes de Francia, pasan las Navidades juntos. Con estas reales personas, desmitificándolas quizá demasiado, se urde un drama histórico en el que las pasiones, la política, los vínculos familiares y el poder están entrelazados. Se opta por un discurso complejo y elevado –hablan reyes y reinas-, a veces excesivamente brillante, y la tensión dramática se centra en la sucesión de los diálogos entre los personajes. Sin embargo, hay poco espacio para la acción cinematográfica y se cede demasiado a la filmación de la obra de teatro. Por otra parte, la trama se desliza desgraciadamente hacia la comedia de enredos y prepondera el efectismo continuado en los diálogos, por lo que los intereses últimos de los personajes se yuxtaponen, se confunden y se desdibujan finalmente, y con ello la trama languidece. Destacan la actuación de dos enérgicos veteranos –Katherine Hepburn y Peter O’Toole- y un joven y contenido Anthony Hopkins, que magnetizan a la cámara y permiten hacer más interesante el artificio. La moraleja de la historia es que el poder corrompe a las personas. Personalmente, para alcanzar el conocimiento de tan sabia máxima, prefiero leer “Yo, Claudio” de Robert Graves o ver la magnífica serie de la BBC.
Talladal
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