Todo el optimismo vital del espectador que demanda entretenimiento energético y todo el optimismo cultural que reafirma al americano de los 50 se conjugan en esta sobresaliente película de aventuras, todo un clásico imprescindible del género. Por ser una de aventuras y porque es de los 50 no hay cabida para la exhibición morbosa y no se admite la ambigüedad en la teleología de las acciones. Éstas pueden condensarse en un concepto de acción en mayúsculas, con una primera gran parte hasta el beso de los protagonistas donde el espectáculo roza la obra maestra, y el niño casi se apodera de nosotros si no es porque Ann Blyth y el Bon Ton juegan al equívoco adulto, Anthony Quinn borda el papel de portugués representando el esterotipo del buen chicano, Gregory Peck se gana la vida en el políticamente incorrecto oficio de las pieles de foca, McCarthy acusa de despótica a Rusia con o sin los Romanov, Alaska va a ser sí o sí yankee y el aleutiano palía su peligrosa brutalidad congénita al servicio del más dotado intelectualmente hombre blanco, y otras lindezas por el estilo que nuestros deconstructores y deconstruidos tiempos ya no digieren si no es ofreciendo el tedio y el desprecio por obras tan entretenidas y alegres como ésta.