Las virtudes del filme las aportan los integrantes de la obra: tanto su sobresaliente reparto (en el que destacan unos intensos Fassbender y Cotillard) como el compositor Ed Kurzel (hermano pequeño del realizador) y el director de fotografía Adam Arkapaw. El filme resulta notable en su aspecto técnico, pero la entrega de sus intérpretes no impide que la literalidad del texto que tanto funciona en el medio teatral no logre la misma plenitud en el medio cinematográfico. La narración es desgarradora e intensa, pero más allá del peso dramático del texto, el filme no contiene el suficiente trasfondo fílmico y no presenta elementos suficientes para resonar en la audiencia con el paso de los años.

A nivel de acciones la película resulta rígida y eminentemente teatral. Y, por lo tanto, poco realista. Lo que provoca una cierta discordancia tonal, pues en su representación de las batallas y vestimentas y comportamientos busca el realismo. Y no en vano los parlamentos de Shakespeare pueden perder fuerza dependiendo de su representación no verbal. El metraje de 120 minutos puede provocar además la sensación de que pudo haberse contado más, y de que los acontecimientos se suceden con cierta premura a partir de la primera hora. De modo que lo que es un drama teatral apasionante y arrasador se torna en un filme notable pero no excelente. Una experiencia hipnótica y sobrecogedora, pero de relativo calado.

Este nuevo Macbeth hace honor a sus antecesores fílmicos y quedará como un buen ejemplo de película shakesperiana, pero quedará también la impresión de que su potencial pudo haber dado más de sí.