Su onírica y gélida ambientación contrasta con la humanización de los personajes, que expresan y viven sus sentimientos, dudas y ansias... Una fotografía fría, una utilización de los espacios y los escenarios que cobran protagonismo y realismo, unas interpretaciones sublimes hasta el punto que el espectador se deja involucrar en el devenir a la locura del protagonista... Nos embauca, nos hiela con su impasividad factual e impasibilidad sentimental edulcorada, con sus dudas y sus miedos y con su fe en lo irreal, el 'fatum' que lo controla. Cotillard y Fassbender enganchan, nos creemos su amor tempranero y su declive otoñal de su irrealidad, su química y sus desesperaciones holísticas. Aman, duelen, queman en medio del invernal paisaje. Una música que se alía con el Sino, que lo interpreta y lo ensancha hasta cubrirlo todo: hasta la desesperación de nuestra sinrazón... queremos no querer, no sentirlo.