El origen de Spider-Man, la historia más veces narrada después del cuento de Caperucita Roja, vuelve a ser contada. Y a pesar de ello y de su longitud (más de 2 horas), la película mantiene el interés durante todo el metraje y se hace realmente entretenida. La razón: una acertada combinación de acción, humor y drama con un toque romántico sin ñoñerías. Pero, sobre todo, el lavado de cara que supone a la saga el cambio en el reparto, con un Andrew Garfield al que le sienta mucho mejor el traje de hombre araña que al "sinsustancia" de Tobey Maguire y una Emma Stone por cuyo amor cualquier hombre se pegaría con lagartos gigantes. Entre los dos hay mucha química, al igual que la hay entre los tíos de Peter Parker. Peor cubierto está el apartado de archienemigos, donde los malos representan planamente papeles muy planos. Tampoco ayuda en este sentido la sucesión de comentarios absurdos que dicen los personajes durante las escenas de pelea. Aún con eso, la película mantiene todo el rato un buen nivel y entre puñetazos, risas, besos y explosiones uno sale de la sala con ganas de que te vuelvan a contar la segunda parte de la historia.

Lo mejor: Andrew Garfield es el Spider-man que estábamos esperando. Emma Stone es la chica a la que esperaremos eternamente.
Lo peor: los malos. Papeles planos planamente interpretados.