15 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi época de estudiante progre nadie se podía perder esta película kilométrica reducida en ocasiones a 77 minutos pero que tiene carrete para varias horas. Está basada en los acontecimientos reales que sucedieron en la Rusia de 1905, cuando la tripulación del acorazado Príncipe Potemkin se rebeló contra el humillante destino a que era sometida por los oficiales del buque. Hay motín y se considera el germen revolucionario que se extendería por Odesa y toda Rusia.
Por lo tanto es película política y social. Y detrás de la cámara está un precursor genial del cine contemporáneo, su director Sergei M. Eisenstein, quien junto a Nina Agadzhanova escribieron un guion apabullante, emocionante y lóbrego sobre un levantamiento en toda regla, más que justificado.
Geniales, tanto la música de Edmund Meisel, Nikolai Kryukov, Neil Tennant y Chris Lowe, como una fotografía increíble para aquellos entonces de Eduard Tissé y Vladimir Popov (B&W); primerísimos planos de rostros sangrientos, sudorosos o ennegrecidos y una acción que lo envuelve todo.
Es una película de culto, sobre todo para cinéfilos. Un muchacho de este 2018 se mete en una sala a ver esta obra genial del pasado siglo, y cae desmayado sin remisión al suelo sin que le dé tiempo a comerse las palomitas o a beber su Coca-Cola.
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