No se puede asegurar que sea buena o mala, nadie puede confirmar que vaya a gustar o no; lo único cierto es que es una novedad sorprendente, algo diferente que no te dejará indiferente -valga la redundancia-, para bien o para mal. Con una fotografía paisajística como personaje principal, participante tan callado y silencioso como los demás miembros de la historia, encuentras situaciones, momentos patéticos tan chocantes como divertidos, tan desesperantes como cautivadores, todos ellos envueltos en un pausado proceder en blanco y negro tan exasperante como atrayente, tan trágico y doloroso como ridículo y notable. Somnolencia de una forma de vida lenta, sin palabras ni necesidad de comunicación verbal más allá de la interminable y pesada presencia física que, cuando despierta y se activa, te pilla tan súbitamente que la sorpresa, la risa tonta, la estupidez y el disparate están asegurados. Un guión muy inteligente y perspicaz y, a la vez, absurdo, ridículo de gran memez en su planteamiento inicial que esconde verdades crueles, mezquinas y profundas que dan para situaciones tan cómicas como tristes; diálogos y conversaciones punzantes, de amargo contenido y explosivo impacto acompañados de eternos y cómodos silencios que dicen mucho más que las propias palabras. Interesante, sugerente es lo mínimo que se puede decir de este reflejo de un carácter, cultura, unidad familiar y personalidades cuyo núcleo está intensamente marcado y generado por el lugar donde naces, creces y habitas toda tu vida; el suelo, clima, costumbres, forma de proceder y usos naturales de una específica franja, región que se plasma en el carácter de sus habitantes. Vas a sorprenderte, vas a reír, vas a sentir lástima, vas a desesperarte, vas a aburrirte, vas a entretenerte, vas a sonreír, vas a sentir congoja -vergüenza ajena-..., una mezcla extraña para un relato del mismo calibre, peculiar como él sólo puede serlo. Todo un aplauso para aquellos que lo han hecho posible.

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