Esta es una de esas películas sin trampa ni cartón. Ni espectaculares giros de guión, ni efectos especiales, ni nada que distraiga al espectador de sus carencias. Esta honestidad se sostiene con un magnífico pulso narrativo, una puesta en escena al más puro estilo clásico, unos actores más que correctos y un gran director. Dice Brad Anderson que el guión lo escribió a raíz de un viaje que hizo en su adolescencia en el Transiberiano. Cuánta imaginación tiene este muchacho... La trama está muy bien construida, aunque en un par de ocasiones abusa de los tópicos más hollywoodienses, lo que hace que se resienta el resultado. Mi mención especial para el gran Ben Kingsley (ya no sorprende, pero sigue siendo perfecto) y para Eduardo Noriega, que no es un actor que me guste especialmente y le atribuyo el mérito de haberme parecido por encima de sus compañeros de reparto. Sobresaliente puesta en escena, con el tren como un protagonista más, con el gélido paisaje que transmite el desasosiego imprescindible para que el espectador se zambulla en la trama, y con esas odiosas muñequitas rusas, que quieras que no, también inquietan lo suyo. En lo que al cine de suspense se refiere, de lo mejorcito que se ha visto últimamente.