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Voto de Wladimyr Valdivia:
7
Terror. Thriller Una joven universitaria, necesitando dinero para la matrícula, se muda sola a una casa, donde puede subir tranquilamente material porno a un sitio web. Un desquiciado hacker determina la ubicación de la casa, y a partir de ese momento ella se encontrará en una aterradora lucha por salvar su vida. (FILMAFFINITY)
4 de setiembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A tan sólo días de la muerte de Wes Craven, la red y los medios se nutrieron repasando su filmografía y, con ello, el cine de terror, del que fue un digno representante y, para muchos, el heredero del trono en las últimas décadas. Con las sagas de “A Nightmare on Elm Street”, “Scream” o las mismas “The Hills Have Eyes” (1977) y “The Last House on the Left” (1972), el slasher encontró su reencanto tras lo dejado por las franquicias de “Halloween” y “Friday the 13th”. Desde entonces, numerosos títulos, en su mayoría independientes, han repetido la fórmula de este sub género del terror, con más o menos éxito: un asesino, generalmente de identidad desconocida, intentando dar caza a jóvenes inexpertos, promiscuos, vividores, inocentes, o que sólo desean pasarla bien y terminan teniendo una mala noche.

Traer esto a mención no es gratuito, ya que “Girlhouse” recoge todos los elementos del manual del buen slasher y los pone sobre la mesa. Dirigida por el debutante Trevor Matthews, la cinta nos propone esta vez la historia de una casa que aloja a un grupo de chicas que trabajan desnudándose vía webcam para una página de soft porn online, que se ve invadida por Loverboy (Slaine), uno de los usuarios, obsesionado con sus divas y, en especial, con Kylie (Ali Cobrin), la recién integrada al grupo.

Si bien es cierto esta propuesta no está ni cerca de la originalidad, esto es algo esperado, ya que el cine slasher exige ciertos elementos que se terminan repitiendo y del que precisamente lo distinguen del resto, por lo que su éxito pasa más principalmente por la correcta utilización o no de estos recursos y clichés, y con “Girlhouse” nos terminamos llevando una grata y entretenida sorpresa por una serie de logros que esta cinta alcanza.

Pocas veces se consigue sacarle provecho al uso de las cámaras “reales” dentro de una película como en “Girlhouse”. Las webcams de transmisión, tanto la de los computadores como las que abundan en cada rincón de la mansión donde habitan las niñas (y donde se desarrolla gran parte de la película), son un protagonista más, utilizadas con inteligencia en función de la historia y nos permite ser testigos de los acontecimientos con naturalidad y no de manera forzada. Por otro lado, las interpretaciones son muy correctas (más allá de los inequívocos errores que los protagonistas SIEMPRE deben cometer), destacando a la hermosa Ali Cobrin (“American Reunion”), Adam DiMarco (“Words and Pictures”) y principalmente Slaine (“The Town”), quien da vida a Loverboy, un informático pervertido que se convierte en el psycho killer de turno, el que bajo una máscara aterradora se roba la película. Logro también de su director, quien decidió dotar de inteligencia a este psicópata, regalándonos grandes momentos que bañan la pantalla de sangre.

Aunque la cinta tarda en arrancar, el director no cae en obviedades durante su primera mitad, donde se suele perder tiempo o mal explicar los hechos que luego sucederán. Todo sucede con frescura, mucha sencillez e incluso corriendo el riesgo de presentarnos al asesino desde un principio, a tal punto que somos capaces de empatizar con cada uno de los personajes, incluso con el antagonista. Se nos presentan las razones que llevan a Loverboy a ser cómo es, nos adentramos en el mundo de estas chicas webcam y, en particular, en la vida de Kylie, para dar paso a la segunda mitad del film, donde mejora considerablemente, alcanzando momentos de alto suspenso, sangre y, cómo no, sensualidad.

La cinta es capaz incluso de hacernos cuestionar la dudosa reputación de este trabajo, moralmente rechazado por la sociedad, y entender, en este caso, que la decisión de trabajar en este oficio termina siendo absolutamente personal y, en algunos casos, hasta necesaria, sin culpas y de una completa normalidad.

Las malas decisiones de algunos de los personajes, la ineficacia de la policía, lo previsible en la cronología de la historia, la falta de giros importantes en el relato y algunos gags sin mucha razón de existir, no están ajenos en “Girlhouse”. Otro hecho que destaca negativamente es la forzosa necesidad de no mostrar ningún desnudo frontal de la protagonista, no así del resto del elenco que sí lo hacen según la historia lo requiera, algo muy evidente por el perfil de la actriz y que probablemente no estuvo dispuesta a hacer, pero que se hace muy notorio y molesta para la credibilidad dentro de la ficción, junto con ser un topic recurrente en el slasher duro y con reminiscencias del torture porn como este. Sin embargo, y tal como lo mencioné anteriormente, estos elementos forman parte del género y debemos convivir con ellos, debiendo evaluar un slasher por su capacidad de alcanzar su objetivo: regalarnos tensión, sangre, violencia gráfica, desnudos gratuitos y un digno asesino en serie, lo que el filme consigue con soltura y mucha solidez técnica, narrativa e interpretativa.

“Girlhouse” no es el mejor slasher de la década, pero está por sobre la media, entretiene y conforma, sumándose a un gran número de títulos independientes de escasa difusión que vienen a darle un nuevo respiro al género, ante el absoluto abandono del cine comercial para la pantalla grande.

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Wladimyr Valdivia
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