Los guionistas de Hollywood están de huelga. Buena noticia cuando se trata de James Mangold (el director que perpetra este adefesio) y de Michael Cooney (el inventor de la historia).
Será sólo una coincidencia ortográfica entre la palabra ingresa thriller y la española trilero, pero bien podía investigarse si hay alguna relación etimológica, porque esta película no es que sea tramposa, como han afirmado la mayoría de las críticas precedentes, sino que toda ella es una monumental, descarada y chapucera trampa.
Si tú, estéril guionista, no sabes cómo salir con inteligencia y verosimilitud de un laberinto en el que andas perdido, ponte en tratamiento, pero no engañes al espectador.
El que quiera saber más, que lea la parte con spoiler.
En resumen, este largometraje no merece más interés que el que uno pueda tener en ver cómo unos caraduras se ganan la vida haciendo cine. Y ni las buenas interpretaciones (Cusack está magnífico), ni la banda sonora, ni la fotografía, todo muy mono y presumiblemente muy caro, pueden salvar el conjunto.
spoiler:
El comienzo promete, y engaña con unos despistes que pueden ser legítimos. No sabemos qué nos están contando en el Motel, si la historia de los asesinatos anteriores, o algo que está sucediendo en el presente, en el momento de la revisión de la pena del psicópata.
Al final todo el montaje es la paranoia desdoblada del asesino, que como lo tiene en su atribulada pelota, puede hacer lo que le dé la gana, esto es, que un niño se cargue a un adulto sano, joven y fornido, que sepa cómo hacer explotar un coche y desaparecer un cadáver, y quién sabe, que le salga capa, se ponga los calzoncillos sobre el pantalón y salga volando.
Más astuto, y claramente más difícil, hubiera sido relacionar las múltiples personalidades con lo que crímenes que cometió el susodicho o con su presumiblemente atribulada infancia. Pero claro, eso ya exige pensar, y los guionistas no estaban para tanto.