El tipo que me odia, sin conocerme, no vio ningún episodio de D´ARTACÁN Y LOS TRES MOSQUEPERROS. Fusilador impenitente, sádico por vocación, aborrecedor profesional, es más que probable, también, y a lo peor, que no sepa nada del Cardenal Richeliu ni de Luis XVIII. Ni de Alejandro Dumas, pobre hombre.
El tipo que me odia, sin conocerme, espera como agua de mayo todos mis comentarios. Es su mejor momento del día. Degustando cada una de mis palabras, paladeándolas, sopesándolas con pericia de agrimensor, decide, al fin, sin más elementos de juicio, que no son idoneas, que merecen la peor de las suertes, un golpe de mazo, el filo de la guadaña. Y en el escrupuloso ejercicio de su función, quizá su única función, pobre hombre, césar trasnochado y vengativo, oprime su icono de cabecera: el del pulgar hacia abajo. Es entonces que se repantinga, se estremece, se solaza, campeón de una batalla ignota. Y, muy posiblemente, orgasma.
D´ARTACÁN Y LOS TRES MOSQUEPERROS, de Claudio Biern Boyd, nos enseñaba a los niños y niñas de los ochenta valores como la amistad, el aprendizaje, el honor, la valentía, la libertad o el compañerismo. De ese modo, capítulo a capítulo, semana a semana, hilo a hilo, letra a letra, nos dotaban de una serie de principios culturales y educativos que en el futuro, los días que ahora vivimos, nos habrían de servir para, por ejemplo, no criticar todo aquello que sobrepasa nuestra escasa estatura.
El tipo que me odia, sin conocerme, no vio ningún episodio de D´ARTACÁN Y LOS TRES MOSQUEPERROS; pero, en base a los rudimentos de esta página, eso de que se poseen las herramientas necesarias para perseguir al más malvado, es de suponer que sus horas de fusilador impenitente, sádico por vocación o aborrecedor profesional, pobre hombre, están contadas. Pronto darán con él.