No debo de terminar de captar la mentalidad de esta nación. Un chaval de catorce años va a poner una bomba en su instituto porque su madre lo abandonó de pequeño. Tiene una imperiosa necesidad de llamar su atención (la mujer en cuestión es física y matemática). Aparte de la masacre en sí, la intención es que la madre flipe con que el cacharro lo haya fabricado su retoño y se sienta orgullosa. Aquí en España, los que sufren desatención paternal como mucho se traen un porro a clase. Desde luego, estamos muy atrasados como sociedad.

Película de adolescentes con traumas emocionales que desarrollan una personalidad psicopática ante la falta de atención y cariño. Sus interacciones son desapegadas y frías, cuando no directamente crueles. No parecen personas, sino autómatas. Intensitos y retorcidos, pero paradójicamente parecen estar por encima de las muestras de afecto y del contacto carnal. Otro chaval tira a una niña de cuatro años que se encuentra inconsciente a una piscina porque siempre fue marginado y despreciado. Lo hace para demostrarse a sí mismo y a todos que él también puede ser como los demás.

Como dicen por ahí, la peli se da un aire a un cómic (yo añadiría que salido de la imaginación de una mente perversa), si bien el clímax final, cuando encajan todas las piezas es potente, ni la narración (no estrictamente cronológica), ni el aturullante montaje videoclipero, así como tampoco los hechos narrados (los orientales son muy exagerados, afectados e histriónicos con sus venganzas) me terminan de convencer. Es rebuscada, un cuento enfermizo y absurdo (ahora me dirá alguien que se trata de un subgénero que no hay que tomarse en serio), que trata de parecer muy moderno, sofisticado, y trascendente dentro de su propio mundo inhumano imaginario.