Si lees la obra de Shakespeare después de ver la película tu percepción sobre la adaptación de Justin Kurzel cambiará ligeramente. Pero, claro, no debemos comparar.

En realidad «Macbeth» es una apuesta seria y comprometida con el material con el que trabaja. Discrepo con quienes creen que el lenguaje escrito es incompatible con el cinematográfico. El teatro siempre ha casado muy bien con el cine, así que esta «Macbeth» que utiliza los parlamentos de la tragedia funciona, aunque introduce otros originales que pueden ser más discutibles, como el de Lady Macbeth loca. Quizás su principal problema es que es demasiado sombría, ladina, apagada; los personajes susurran demasiado, miran circunspectos en todo momento. La explosión dramática parece no llegar nunca y en concreto esta Lady Macbeth de Marion Cotillard tiene una falta de carácter asombrosa; no te la crees como la quintaesencia de la manipulación y la dominación que en mi opinión representa.

Ahora bien, la nueva «Macbeth» tiene un despliegue artístico encomiable. La recta final en la batalla con esa fotografía roja es preciosa y los paisajes escoceses transmiten la decadencia de un reino en manos de la ambición nacida en nido de escorpiones. Fassbender y su imponente presencia es siempre un plus.

Correcta.