Me pregunto muy en serio hasta qué punto se basa Woody Allen en el libro divulgativo del sexólogo David Reuben «Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar» para esta película, película que realmente es una pequeña aberración sexual. Pero como todos somos unos pervertidos en potencia, pues no pasa nada.

Recuerdo que hace muchos años ya vi algo de «Todo lo que siempre quiso saber...» pero lo único que recordaba, fíjate por dónde, era a la preciosa oveja Daisy. La película se divide en varias historias cortas que tratan de responder (bueno, ¿de verdad responden a algo?) a determinadas preguntas sobre sexo que las personas se plantean. Algunas como «¿Qué es la sodomía?» o «¿Los travestis son homosexuales?» son cuestiones de las que puede que la gente quiera tener respuestas hoy en día pero que estoy segura que nadie se atreverá a preguntar. Este cine es un cine en extinción, un cine que no se preocupa lo más mínimo por si hiere o no sensibilidades, si es políticamente correcto o no, si encaja en el pensamiento dominante o si ofende o no ofende. Que no se me malinterprete: la película no tienen un ánimo malvado o crítico, al contrario, pero para los tiempos que corren plantear que en el sexo todo, absolutamente todo, es perversión puede ser un escándalo.

Además, no hay nada como los trabajos antiguos de Woody Allen: su estilo es totalmente fresco, diferente, inspirador. Por ejemplo, la historia del orgasmo femenino está rodada de forma maravillosa, solemne, para cambiar completamente de registro en la genial «¿Cuál es mi perversión?». Y así todo.

Un gustazo.