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Voto de Jark Prongo:
8
Drama. Romance Inspirada en la historia de amor real de los padres del director, ambos médicos, y los recuerdos del propio director. (FILMAFFINITY)
21 de julio de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se habla poco de Apichatpong Weerasethakul y en cierto modo es lógico, ya que su nombre es impronunciable; hasta al autocompletar de Google le cuesta, tú escribes Apicha y se gripa, no lo acaba. El caso es que el tailandés viene haciendo desde su debut un cine diferente al grueso de producciones occidentales quizá por venir de otra cultura, por proceder del mundo de la arquitectura, por tener una sensibilidad gay friendly, por su proximidad en ocasiones a la video instalación, por su sano afán de dislocar las convenciones de la estructura de la película standard, por todo lo anterior o igual por cualesquiera otros motivos. Apicha es un tío que lo mismo hace una gansada del palo de The Adventure Of Iron Pussy –en la onda del Sukeban Boy de Noburo Iguchi- que llega y planta cara a la censura de su país negándose a meter tijera a su obra, terminando no por conseguir se respete lo que ha hecho pero siendo, al menos, alguien con su dignidad intacta. Que no es poco.
El reconocimiento mundial le llegó al ganar una Palma de Oro en Cannes por Tío Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas, si bien es aquí, en Síndromes y Un Siglo, donde lima y perfecciona lo que ya apuntaba en Tropical Malady, también de estructura atípica. Una película de dos mitades claramente diferenciadas y a la vez dependientes la una de la otra, pues lo que sucede en la primera mitad se repite en la segunda. Lo que son un doctor y una doctora en un hospital rural pasarán a ser de nuevo doctor y doctora solo que cuarenta años después y en un contexto ya urbano, concretamente en Bangkok. El entorno inicial, prácticamente un bosque –y, por ende, dominado por la naturaleza-, marca en la misma medida que lo hará la arquitectura post-industrial de Bangkok; de hecho, justo antes de seguir a los personajes principales durante una conversación que acontece durante los créditos de inicio, la cámara asomará por una ventana a su aire para captar el campo mientras oímos las voces de doctor y doctora fuera de plano. Los personajes no importan. Sus vida tampoco. Se está más cerca de cierta espiritualidad pareja a la de los monjes budistas que pueblan el reparto de secundarios, una concepción del deambular por la vida que omite egos que nada importan en quienes creen en el ciclo de vida, muerte y renacimiento. En ese sentido Síndromes y Un Siglo es una película holística en congruencia con dicho budismo: aquí importan lo mismo elementos del entorno que los personajes que lo ocupan, puede que incluso más al ser en proporción un porcentaje mayor del sistema que muestra el film. Eso no quita para que cada uno de ellos tenga sus personalidades, sus extravagancias y una serie de aspectos determinados en su carácter que terminan por dar hasta cierta pátina humorística a algunas de las acciones y diálogos, pero sigue sin ser lo que importa. Las efigies de budas y la naturaleza son lo que tiene cierta relevancia en esta primera parte; mientras las primeras permanecen y no se ven despojadas de sus funciones rituales tanto en cuanto cambian detalles del modus vivendi pero no la civilización que las respeta (aquello que denunciaron Alain Resnais y Chris Marker en También Las Estatuas Mueren), el modo de filmar lo segundo es quizá junto con Picnic En Hanging Rock lo más cerca que se ha estado de atrapar lo que no puede ser capturado por objetivo alguno. Es tal la manera en la que Apicha filma la naturaleza en sus manifestaciones elementales y extraordinarias (ese haz de luz, ese leve viento que mueve la hierba, esos grillos, ese eclipse) que cuando los personajes aparecen asociados a ella de una u otra forma no se puede usar otro término diferente al de comunión. Justo la misma que alcanzaban las chicas del film de Peter Weir, aunque sin volatilizarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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