Dice el escritor Antonio Iñiguez Escobar en su excelente libro "La ambición de Norman Roy", que el filósofo Thomas Hobbes andaba muy desencaminado y que pecaba de ingenuidad con aquello de " El hombre es un lobo para el hombre". Pobre lobo -venía a decir Iñiguez- y corregía con atino el aforismo del novelista de origen germano, estableciendo él una comparación mucho más acertada y cruenta: "El hombre es un hombre para el hombre".
"La jauría humana", peliculón de Arthur Penn, y liderada de principio a fin por la soberbia interpretación de Brando como el sheriff Calder es -a pesar de ser una película extrema (por lo tanto con trampa)- uno de los grandes tratados visuales sobre el deterioro, la podredumbre y la más nauseabunda bajeza a las que puede llegar el ser humano. Difícil es hablar de una indagación sobre la psique humana pues los instintos de los tipejos descritos son meramente superficiales, de bestias inmundas, de encefalogramas planos.
Quizás sea una de las películas más duras de la historia del cine. El hombre reducido a mínimos, convertido en la NADA; la maldad por diversión, por aburrimiento, por hastío, por náusea de uno mismo. Pero... hay lugar para la esperanza. Lo sé, porque cuando Calder cae de la mesa y se estrella contra el suelo, he sentido su dolor y su impotencia. Pero también las mismas ganas de levantarme que tiene él. Calder y su esposa. Todo un HOMBRE y toda una MUJER. Si no miran atrás donde yace la ciudad-bazofia, no quedarán transformados en estatuas de piedra. Ellos sí quieren avanzar.