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Voto de Ferdydurke:
4
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7,2
16.433
Drama
Maixabel Lasa pierde en el año 2000 a su marido, Juan María Jaúregui, asesinado por ETA. Once años más tarde, recibe una petición insólita: uno de los asesinos ha pedido entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca /Álava), en la que cumple condena tras haber roto sus lazos con la banda terrorista. A pesar de las dudas y del inmenso dolor, Maixabel accede a encontrarse cara a cara con las personas que acabaron a sangre ... [+]
16 de febrero de 2024
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
He soñado que me mataban. Estoy en contra de la pena de muerte. Lo echamos a suertes.
En su mayor virtud está su gran carencia y al contrario igualmente, es una película, sí, preciosa, emocionante, inteligente, admirable, sensible, gozosa, juiciosa y encantadora y ética y calculada y calculadora y correcta y hermosa, a cambio (o como precio que hay que pagar) de vaciar de contenido o de contexto (salvo las dosis justas y necesarias para que parezca que no están en Marte) el asunto/trasunto, reducido al ámbito más íntimo y limitado posible para no pisar, a ser muy posible, dios lo quiera, ningún callo gerifalte responsable (sin alzar del suelo la mirada de lombriz, nunca de águila) o meter el dedo en la llaga de intereses político económicos especuladores y especulativos empresariales territoriales, sea, de no hablar de los que mandan y los que pagan (la fiesta trágica, los atroces sacrificios rituales) y sus alrededores o adláteres o abrevaderos abertzales y de toda índole mucho más allá de las fronteras vascas, de todos los esbirros y los tráficos de influencias, enchufes, puestos de trabajo, universidades, deportes, prebendas, cargos públicos, sueldazos, estrategias electorales, campañas, propaganda, medios de comunicación, pactos, concesiones, partidas de dinero..., de las miserias y bajezas que se esconden detrás de las buenas palabras y las mejores intenciones, pero sobre todo de la pasta, del dinero, es decir, del poder, de la vida (y la muerte), más pareciera, por ese no meterse en nada ni camisa de once varas, que todos hubiesen muerto y estuviesen en el cielo a la diestra de Dios durante el juicio final sección ETA y sus infinitas monstruosas barrabasadas a troche y moche y a ver qué hacemos y a quién (coño) y cómo (cojones) perdonamos, esto es horroroso, leñe.
En cierto modo es el retrato de nuestros tiempos, es la idealización de lo que nos gustaría ser o somos, el sueño perfecto de un burócrata/tecnócrata democrático occidental, una realidad eviscerada blanda amable sable traga cobarde tragaldabas que sublima la barbarie y el horror, el espanto y la avaricia y las luchas de poder a través de historias postales pastorales portátiles social demócratas con muchas lágrimas y arrepentidos los quiere Dios y esas u otras parecidas bellas benditas mierdas en las que las personas se mueven, para bien o para mal, solo por morrocotudos motivos de angustiada conciencia o de alta alcurnia ética y jamás para llenarse la tripa, la bolsa o acceder a carnal ayuntamiento con hembra o macho placentero, seres limpios de polvo y paja, ángeles o diablos sin preocupaciones laborales sexuales crematísticas ni intenciones sanamente mezquinas que vagan por un mundo tan hiperrealista y delimitado, línea clara, ni Antonio López, que nada tiene que ver con el nuestro tan confuso, intrincado y chapucero, tan atado a lo material y zarrapastroso, a los deseos más primarios y burdos.
Pero claro, eso es Kitsch, es la negación de la basura, de la auténtica, la que se oculta detrás de las cámaras o bajo las alfombras de los despachos de los que deciden o patrocinan lo que pasa o vemos y sentimos, nuestros destinos con mano de hierro, de la corrupción, o su transformación en los niños del coro, en el olor de las nubes y las verdes praderas y los hermosos montes y las flores del campo.
Y ya digo, está admirablemente realizada en todos los sentidos, bien escrita, interpretada y dirigida, de forma elegante, sobria y educada, es, en cierto sentido, la mejor cara del cine español, a lo máximo que puede llegar cuando se quiere poner elevado, reflexivo o tratar de dar luz a la oscuridad.
Y aun así apenas es nada, un entretenimiento (la homilía del domingo del cura o párroco en misa, pasa el cepillo, amigo, no peques, más, mendrugo) limado y pulido, higienizado, una nadería con ínfulas hecha para sacar el pañuelo y drenar el alma que no viene mal ese ejercicio líquido de vez en cuando, el cuerpo y el espíritu lo agradecen ya que están llenos de fluidos, humores, excrecencias, impurezas, flatulencias y podredumbres que hay que desahogar o descargar o liberar, la muda de la piel de la serpiente, para que aquello, ese mecanismo chungo milagroso, aguante un poco más si cabe hasta que llegue (o te echen a patadas o gorrazos) la siguiente remesa al matadero.
También peca de cierta ortopedia y artificio, pero es que es muy complicado otorgar verosimilitud o naturalidad a algo tan retorcido y clerical monjil, con la Iglesia hemos topado, aquella de la monja Sarandon y el asesino Penn, sí, Pena de muerte.
Sí, España es un país muy religioso, cada día un poco más, y Occidente hoy día vive tiempos terriblemente devotos y beatos e hipócritas, y también talibanes y morales, puritanos, claro.
En su mayor virtud está su gran carencia y al contrario igualmente, es una película, sí, preciosa, emocionante, inteligente, admirable, sensible, gozosa, juiciosa y encantadora y ética y calculada y calculadora y correcta y hermosa, a cambio (o como precio que hay que pagar) de vaciar de contenido o de contexto (salvo las dosis justas y necesarias para que parezca que no están en Marte) el asunto/trasunto, reducido al ámbito más íntimo y limitado posible para no pisar, a ser muy posible, dios lo quiera, ningún callo gerifalte responsable (sin alzar del suelo la mirada de lombriz, nunca de águila) o meter el dedo en la llaga de intereses político económicos especuladores y especulativos empresariales territoriales, sea, de no hablar de los que mandan y los que pagan (la fiesta trágica, los atroces sacrificios rituales) y sus alrededores o adláteres o abrevaderos abertzales y de toda índole mucho más allá de las fronteras vascas, de todos los esbirros y los tráficos de influencias, enchufes, puestos de trabajo, universidades, deportes, prebendas, cargos públicos, sueldazos, estrategias electorales, campañas, propaganda, medios de comunicación, pactos, concesiones, partidas de dinero..., de las miserias y bajezas que se esconden detrás de las buenas palabras y las mejores intenciones, pero sobre todo de la pasta, del dinero, es decir, del poder, de la vida (y la muerte), más pareciera, por ese no meterse en nada ni camisa de once varas, que todos hubiesen muerto y estuviesen en el cielo a la diestra de Dios durante el juicio final sección ETA y sus infinitas monstruosas barrabasadas a troche y moche y a ver qué hacemos y a quién (coño) y cómo (cojones) perdonamos, esto es horroroso, leñe.
En cierto modo es el retrato de nuestros tiempos, es la idealización de lo que nos gustaría ser o somos, el sueño perfecto de un burócrata/tecnócrata democrático occidental, una realidad eviscerada blanda amable sable traga cobarde tragaldabas que sublima la barbarie y el horror, el espanto y la avaricia y las luchas de poder a través de historias postales pastorales portátiles social demócratas con muchas lágrimas y arrepentidos los quiere Dios y esas u otras parecidas bellas benditas mierdas en las que las personas se mueven, para bien o para mal, solo por morrocotudos motivos de angustiada conciencia o de alta alcurnia ética y jamás para llenarse la tripa, la bolsa o acceder a carnal ayuntamiento con hembra o macho placentero, seres limpios de polvo y paja, ángeles o diablos sin preocupaciones laborales sexuales crematísticas ni intenciones sanamente mezquinas que vagan por un mundo tan hiperrealista y delimitado, línea clara, ni Antonio López, que nada tiene que ver con el nuestro tan confuso, intrincado y chapucero, tan atado a lo material y zarrapastroso, a los deseos más primarios y burdos.
Pero claro, eso es Kitsch, es la negación de la basura, de la auténtica, la que se oculta detrás de las cámaras o bajo las alfombras de los despachos de los que deciden o patrocinan lo que pasa o vemos y sentimos, nuestros destinos con mano de hierro, de la corrupción, o su transformación en los niños del coro, en el olor de las nubes y las verdes praderas y los hermosos montes y las flores del campo.
Y ya digo, está admirablemente realizada en todos los sentidos, bien escrita, interpretada y dirigida, de forma elegante, sobria y educada, es, en cierto sentido, la mejor cara del cine español, a lo máximo que puede llegar cuando se quiere poner elevado, reflexivo o tratar de dar luz a la oscuridad.
Y aun así apenas es nada, un entretenimiento (la homilía del domingo del cura o párroco en misa, pasa el cepillo, amigo, no peques, más, mendrugo) limado y pulido, higienizado, una nadería con ínfulas hecha para sacar el pañuelo y drenar el alma que no viene mal ese ejercicio líquido de vez en cuando, el cuerpo y el espíritu lo agradecen ya que están llenos de fluidos, humores, excrecencias, impurezas, flatulencias y podredumbres que hay que desahogar o descargar o liberar, la muda de la piel de la serpiente, para que aquello, ese mecanismo chungo milagroso, aguante un poco más si cabe hasta que llegue (o te echen a patadas o gorrazos) la siguiente remesa al matadero.
También peca de cierta ortopedia y artificio, pero es que es muy complicado otorgar verosimilitud o naturalidad a algo tan retorcido y clerical monjil, con la Iglesia hemos topado, aquella de la monja Sarandon y el asesino Penn, sí, Pena de muerte.
Sí, España es un país muy religioso, cada día un poco más, y Occidente hoy día vive tiempos terriblemente devotos y beatos e hipócritas, y también talibanes y morales, puritanos, claro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Hombre, ya lo del epílogo es un poco pasarse (y mira que el resto moralmente está ajustado al límite o máximo, en sus términos, es impecable), se les fue la mano (o de las manos) el último trago órdago a la grande o hurra (ya sea ficcionado este mal cacho o al natural copiado y/o real como la muerte), que el asesino y el asesinado, o su gente, se pongan a cantar en la tumba del muerto es, por lo menos, un poco como de mal gusto (lo normal, creo, hubiera sido al revés, es decir, que primero los conociera y se ganara la confianza de esa gente con actos y no solo justas palabras y luego, tras un largo tiempo, ya veríamos, no empezar la casa por el tejado, digo, quién sabe, nada) por mucho Cristo que te creas o que lo fundó, por mucho que se te aparezca la virgen en una campa al lado del caserío yo me fío, no sé, un poco de decoro o respeto aunque sea, qué menos, al monolito, si no es al hombre que allí yace, que poco faltó para que se abrazaran todos y se pusieran a bailar al corro de la patata, la yenka.
Magníficos Luis y Blanca y el otro Urko y la otra Tamara soberbia, todos/todo, Icíar y el sursum corda.
Al limbo de momento, y, al de poco, directos al paraíso, no son extraños, por buen comportamiento, maja gente, buenos chicos
Hasta la posible pegada más intelectual que hace coquetear patinar la historia con/hacia el puro disparate absurdo grotesco churrigueresco existencial que, en determinados inevitables momentos, asoma con tanta mala baba casi como farsa esperpéntica carpetovetónica trata de ser por todos los medios estabulada o conducida como Dios manda por el carril de lo sentimental clerical, no hay pérdida, para que nadie se rasgue las vestiduras y pueda así tranquilo rezar el rosario y encomendarse a todos lo santos.
Ya decimos, más que cine español, habría que decir congregación ecuménica española, más que España o las españas habría que hablar de la Santa Sede, más que cineastas o ciudadanos, sacerdotes y madres superioras, venga, a toda hora, distintos hábitos, mismos prelados y abadesas, hay que cambiarlo todo para que todo sea amén, santas pascuas, ave María sin pecado concebida, ruega por nosotros, pecadores, vayan con Dios, hermanos, sin sombras ni nieblas, grey.
Tú igual prefieres ser la viuda de Juan Mari que la madre de Ibon, pero seguramente ellos no.
El verdadero perdón y el auténtico arrepentimiento se tiene que mostrar o tratar mejor de otra manera, con acciones en las que de verdad te la juegues a ser posible en la misma medida que los que pagaron por tus actos, de hecho, el único que podría perdonar sería el muerto (y el único hecho que te redimiría sería el de devolverle la vida, resucitarlo de entre los muertos), y, en ese mismo sentido, el único arrepentimiento posible sería el suicidio, si eres capaz de quitar una vida, debes estar dispuesto a dar la tuya, lo demás...
¿Qué porcentaje de los asesinos y los asesinados representan estos personajes/personas? ¿Menos del uno por ciento? Sí, muy probablemente, no se puede o debería hacer de una parte ínfima un todo tan gordo, la inmensa mayoría están a otra cosa ¿mejor/peor, más perversa/menos hipócrita?
Seguro que durante los permisos Ibon hacía muchas más cosas que torturarse y correr en la noche más oscura que me estalla la puta testa, en la elección de lo que contamos y lo que no mostramos está el diablo, y dios, claro.
El País Vasco es una sacristía (unos rezan/confiesan su pena, los otros reparten/devoran la tajada, todos creen, tiene fe) sangrante sanguinolenta que sangra, chorrea.
Magníficos Luis y Blanca y el otro Urko y la otra Tamara soberbia, todos/todo, Icíar y el sursum corda.
Al limbo de momento, y, al de poco, directos al paraíso, no son extraños, por buen comportamiento, maja gente, buenos chicos
Hasta la posible pegada más intelectual que hace coquetear patinar la historia con/hacia el puro disparate absurdo grotesco churrigueresco existencial que, en determinados inevitables momentos, asoma con tanta mala baba casi como farsa esperpéntica carpetovetónica trata de ser por todos los medios estabulada o conducida como Dios manda por el carril de lo sentimental clerical, no hay pérdida, para que nadie se rasgue las vestiduras y pueda así tranquilo rezar el rosario y encomendarse a todos lo santos.
Ya decimos, más que cine español, habría que decir congregación ecuménica española, más que España o las españas habría que hablar de la Santa Sede, más que cineastas o ciudadanos, sacerdotes y madres superioras, venga, a toda hora, distintos hábitos, mismos prelados y abadesas, hay que cambiarlo todo para que todo sea amén, santas pascuas, ave María sin pecado concebida, ruega por nosotros, pecadores, vayan con Dios, hermanos, sin sombras ni nieblas, grey.
Tú igual prefieres ser la viuda de Juan Mari que la madre de Ibon, pero seguramente ellos no.
El verdadero perdón y el auténtico arrepentimiento se tiene que mostrar o tratar mejor de otra manera, con acciones en las que de verdad te la juegues a ser posible en la misma medida que los que pagaron por tus actos, de hecho, el único que podría perdonar sería el muerto (y el único hecho que te redimiría sería el de devolverle la vida, resucitarlo de entre los muertos), y, en ese mismo sentido, el único arrepentimiento posible sería el suicidio, si eres capaz de quitar una vida, debes estar dispuesto a dar la tuya, lo demás...
¿Qué porcentaje de los asesinos y los asesinados representan estos personajes/personas? ¿Menos del uno por ciento? Sí, muy probablemente, no se puede o debería hacer de una parte ínfima un todo tan gordo, la inmensa mayoría están a otra cosa ¿mejor/peor, más perversa/menos hipócrita?
Seguro que durante los permisos Ibon hacía muchas más cosas que torturarse y correr en la noche más oscura que me estalla la puta testa, en la elección de lo que contamos y lo que no mostramos está el diablo, y dios, claro.
El País Vasco es una sacristía (unos rezan/confiesan su pena, los otros reparten/devoran la tajada, todos creen, tiene fe) sangrante sanguinolenta que sangra, chorrea.