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Voto de Ferdydurke:
3
6,6
5.553
Drama
La vida de Katja se hunde cuando su marido y su hijo mueren en un atentado. Tras el duelo y la injusticia, llegará el tiempo de la venganza. (FILMAFFINITY)
28 de febrero de 2018
28 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Radiografía de un gran dolor, infinito e irreparable.
Una mujer destruida, sin salida.
Y un mal insondable, inexplicable.
La película, seamos claros, es todo apariencia, pose, intento, esbozo. Pura superficie escandalosa e impactante, llena de trucos, bellezas y desgracias.
A pesar de su apariencia feroz, clínica y desgarrada, en el fondo no es otra cosa que una película más de buenos y malos sin apenas matices, distingos ni iluminación. Las pequeñas posibilidades de explicación, duda o profundidad quedan arrumbadas ante una narración que busca frenética, desesperadamente llamar la atención y ganarse al (¿fácil?) espectador, como sea, recurriendo a todo tipo de obvias trampas, añagazas maniqueas y el inevitable juego de la primaria identificación (del espectador con el bien, con la víctima, nunca al revés. La ecuación sería la siguiente: si por lo que sea no te gusta la película, podría ocurrir que fuera porque no te gusta su idea, por lo tanto tú también eres malo, no te has identificado con el bien. Si, en cambio, aceptas el juego, compras el boleto, estás en el lado correcto, has entendido el mensaje).
La película, por sus muchos excesos, vacíos y carencia de verdad o rigor, acaba siendo nada más, y nada menos, que la portentosa exhibición del sufrimiento de la bella y sensible Kruger. El resto es ruido, evidencia, pura apariencia de nada.
Spoiler:
Su falsedad, artificio y falta de conocimiento se pueden rastrear durante todo el metraje, pero ahora me detendré en dos palmarias muestras de lo criticado, una grande y otra pequeña:
- Se corta las venas en la bañera. La sangre corre. La cámara apuesta por la estética (no tanto la ética) hermosa y siniestra de ese momento fúnebre y truculento.
Suena el teléfono. Casualmente. En el momento justo. Preciso. Ella lo escucha. Sale del agua. Ensangrentada. Se ha salvado. Eran ellos. Los malos. Tenía razón. Ya hay misión.
- Se acaba el juicio. Han perdido. El fiscal (guapo y bueno a rabiar, un santo varón) mira estupefacto y desolado al abogado defensor (tenebroso y malvado en cantidad industrial; solo le falta a ese actor llevar una esvástica tatuada en la frente o gritar Heil Hitler con el brazo en alto, por si algún despistado tenía alguna duda); este esboza una leve sonrisa, cruel, pérfida, satisfecha. Han ganado los (muy) malos. Ha triunfado la injusticia. Vivan las sutilezas.
Al principio, poco después de la tragedia, ella se sitúa inevitablemente en medio de un triángulo isósceles (también son rácanos y ralos a la hora de explicar esa relación de pareja entre una universitaria alemana y su camello turco. Lo dejan estar, no vaya a ser que nos metamos en problemas si tenemos que dar ciertas explicaciones con su obligada lógica. El amor lo cubre todo y a otra cosa, a los nazis y la venganza). Ella es alemana y quería mucho a su marido turco (no sé si solo de origen familiar o también de nacimiento) y a su amado hijo (otro exceso: la escena en que detallan los efectos de la bomba sobre el niño, con la cámara pendiente del rostro de la madre. ¿Es otra sutileza o realismo concienzudo a martillazos?). Tiran de ella con ferocidad, ceguera y egoísmo tanto su madre como los padres de su marido fallecido. Los suegros la responsabilizan de las muertes (a saber por qué, ¿por ser alemana y rubia, porque les robó el hijo la mala mujer?, pero se lo echan en cara a las claras, de forma bastante grosera). La madre culpa a su marido muerto (lo mismo, ¿se vuelven a refocilar en el prejuicio previsto? Parece que sí). Ella niega ambas posibilidades. Se enfrenta a todos. En esa situación de confrontación y crispadas contradicciones, de mezcla de intereses y culturas, podría haber una buena película. Lo mismo que en la alusión del turbio pasado de él y sus posibles relaciones con diferentes mafias del narcotráfico.
Una mujer destruida, sin salida.
Y un mal insondable, inexplicable.
La película, seamos claros, es todo apariencia, pose, intento, esbozo. Pura superficie escandalosa e impactante, llena de trucos, bellezas y desgracias.
A pesar de su apariencia feroz, clínica y desgarrada, en el fondo no es otra cosa que una película más de buenos y malos sin apenas matices, distingos ni iluminación. Las pequeñas posibilidades de explicación, duda o profundidad quedan arrumbadas ante una narración que busca frenética, desesperadamente llamar la atención y ganarse al (¿fácil?) espectador, como sea, recurriendo a todo tipo de obvias trampas, añagazas maniqueas y el inevitable juego de la primaria identificación (del espectador con el bien, con la víctima, nunca al revés. La ecuación sería la siguiente: si por lo que sea no te gusta la película, podría ocurrir que fuera porque no te gusta su idea, por lo tanto tú también eres malo, no te has identificado con el bien. Si, en cambio, aceptas el juego, compras el boleto, estás en el lado correcto, has entendido el mensaje).
La película, por sus muchos excesos, vacíos y carencia de verdad o rigor, acaba siendo nada más, y nada menos, que la portentosa exhibición del sufrimiento de la bella y sensible Kruger. El resto es ruido, evidencia, pura apariencia de nada.
Spoiler:
Su falsedad, artificio y falta de conocimiento se pueden rastrear durante todo el metraje, pero ahora me detendré en dos palmarias muestras de lo criticado, una grande y otra pequeña:
- Se corta las venas en la bañera. La sangre corre. La cámara apuesta por la estética (no tanto la ética) hermosa y siniestra de ese momento fúnebre y truculento.
Suena el teléfono. Casualmente. En el momento justo. Preciso. Ella lo escucha. Sale del agua. Ensangrentada. Se ha salvado. Eran ellos. Los malos. Tenía razón. Ya hay misión.
- Se acaba el juicio. Han perdido. El fiscal (guapo y bueno a rabiar, un santo varón) mira estupefacto y desolado al abogado defensor (tenebroso y malvado en cantidad industrial; solo le falta a ese actor llevar una esvástica tatuada en la frente o gritar Heil Hitler con el brazo en alto, por si algún despistado tenía alguna duda); este esboza una leve sonrisa, cruel, pérfida, satisfecha. Han ganado los (muy) malos. Ha triunfado la injusticia. Vivan las sutilezas.
Al principio, poco después de la tragedia, ella se sitúa inevitablemente en medio de un triángulo isósceles (también son rácanos y ralos a la hora de explicar esa relación de pareja entre una universitaria alemana y su camello turco. Lo dejan estar, no vaya a ser que nos metamos en problemas si tenemos que dar ciertas explicaciones con su obligada lógica. El amor lo cubre todo y a otra cosa, a los nazis y la venganza). Ella es alemana y quería mucho a su marido turco (no sé si solo de origen familiar o también de nacimiento) y a su amado hijo (otro exceso: la escena en que detallan los efectos de la bomba sobre el niño, con la cámara pendiente del rostro de la madre. ¿Es otra sutileza o realismo concienzudo a martillazos?). Tiran de ella con ferocidad, ceguera y egoísmo tanto su madre como los padres de su marido fallecido. Los suegros la responsabilizan de las muertes (a saber por qué, ¿por ser alemana y rubia, porque les robó el hijo la mala mujer?, pero se lo echan en cara a las claras, de forma bastante grosera). La madre culpa a su marido muerto (lo mismo, ¿se vuelven a refocilar en el prejuicio previsto? Parece que sí). Ella niega ambas posibilidades. Se enfrenta a todos. En esa situación de confrontación y crispadas contradicciones, de mezcla de intereses y culturas, podría haber una buena película. Lo mismo que en la alusión del turbio pasado de él y sus posibles relaciones con diferentes mafias del narcotráfico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pues no. Son los nazis. Y se acabó. Es decir esa palabra diabólica, nazi, y se termina cualquier discusión, investigación o cuestión. Es el horror. Antes, durante y después. Es un fundido en negro, la muerte encarnada, el mal absoluto. Ahí muere la película. A partir de ese momento nazi se hunde en la obviedad y la cutrez efectista.
El juicio juega tramposamente con el público. Se intuye desde el mismo letrero de ese pequeño capítulo (La justicia) el nefando resultado, pero lo presentan de tal modo (todas las evidencias y la misma lógica delataban a esa pareja. Además de que el fiscal asegura constantemente que les van a condenar y de que hasta el mismo padre del asesino fue el que directamente les denunció y declara en el juicio) que apenas tiene justificación (moral, sentimental, de puro sentido común, no judicial) ese dictamen (no había pruebas suficientes, vale, muy bien, de acuerdo, me lo creo, a otra cosa), para que así nos enfademos más y nosotros también clamemos justicia, pidamos venganza, venga, ya, cuándo los vamos a matar. A la par que se hace una insinuación sobre la posible corrupción del sistema judicial (¿posible aquiescencia o permisividad con el nazismo por parte de las autoridades? No creo...), que se lava las manos y escurre el bulto, que no se pone de parte del más débil y obedece tercamente a sus propias e interesadas, cartas marcadas, reglas del juego. Parece un claro ejemplo de manipulación peliculera, de simplificación tendenciosa de la información para producir un efecto malintencionado, emocional, exaltado, vengativo.
Y llega, claro, cómo no, la vendetta. Absurda e inverosímil. Pasamos de, supuestamente (no), una película seria a una especie de sainete o broma macabra. Con ese momento postrero Unabomber digno de película de mamporreros de todo a cien.
Solo el gesto final de ella, su propio sacrificio (su atentado no es cobarde, solo despiadado y cruel), otorga algo de sentido y honestidad a una película de deriva plana, fácil, hecha para gustar a todo el mundo, o a un público al que solo le confirma las mayores obviedades o tópicos de cartón piedra y al que ni informa ni ofrece una historia sólida y convincente.
Nada nos dicen de esos alemanes asesinos, son solo espantajos, de dónde han salido, por qué son nazis, si están solos o más organizados, por qué ese concreto objetivo, la relación con los griegos cómo es, y el Estado alemán qué hace al respecto, y la población qué opina, y los medios... Preguntas sin respuesta que se las llevará el viento.
Acaba con un letrero en el que habla de unos pocos (siempre son muchísimos, hasta uno es infinito) asesinatos durante unos pocos años por parte de esos locos. Como si quisiera dejar claro que la película es real y verdadera, que tiene un valor intrínseco incuestionable, más allá del cine, en el plano ético, ya que lucha por un mundo mejor, por la justicia, que no es un simple pasatiempo ni se rige por las leyes de la pura creación, que su valor está fuera, se lo otorga la recta moral y todos a callar.
Vale. Sí. Que son muy malos. Como, de otra manera (¿democrática?), los griegos de Amanecer Dorado.
Pues sí. Pues vale.
El juicio juega tramposamente con el público. Se intuye desde el mismo letrero de ese pequeño capítulo (La justicia) el nefando resultado, pero lo presentan de tal modo (todas las evidencias y la misma lógica delataban a esa pareja. Además de que el fiscal asegura constantemente que les van a condenar y de que hasta el mismo padre del asesino fue el que directamente les denunció y declara en el juicio) que apenas tiene justificación (moral, sentimental, de puro sentido común, no judicial) ese dictamen (no había pruebas suficientes, vale, muy bien, de acuerdo, me lo creo, a otra cosa), para que así nos enfademos más y nosotros también clamemos justicia, pidamos venganza, venga, ya, cuándo los vamos a matar. A la par que se hace una insinuación sobre la posible corrupción del sistema judicial (¿posible aquiescencia o permisividad con el nazismo por parte de las autoridades? No creo...), que se lava las manos y escurre el bulto, que no se pone de parte del más débil y obedece tercamente a sus propias e interesadas, cartas marcadas, reglas del juego. Parece un claro ejemplo de manipulación peliculera, de simplificación tendenciosa de la información para producir un efecto malintencionado, emocional, exaltado, vengativo.
Y llega, claro, cómo no, la vendetta. Absurda e inverosímil. Pasamos de, supuestamente (no), una película seria a una especie de sainete o broma macabra. Con ese momento postrero Unabomber digno de película de mamporreros de todo a cien.
Solo el gesto final de ella, su propio sacrificio (su atentado no es cobarde, solo despiadado y cruel), otorga algo de sentido y honestidad a una película de deriva plana, fácil, hecha para gustar a todo el mundo, o a un público al que solo le confirma las mayores obviedades o tópicos de cartón piedra y al que ni informa ni ofrece una historia sólida y convincente.
Nada nos dicen de esos alemanes asesinos, son solo espantajos, de dónde han salido, por qué son nazis, si están solos o más organizados, por qué ese concreto objetivo, la relación con los griegos cómo es, y el Estado alemán qué hace al respecto, y la población qué opina, y los medios... Preguntas sin respuesta que se las llevará el viento.
Acaba con un letrero en el que habla de unos pocos (siempre son muchísimos, hasta uno es infinito) asesinatos durante unos pocos años por parte de esos locos. Como si quisiera dejar claro que la película es real y verdadera, que tiene un valor intrínseco incuestionable, más allá del cine, en el plano ético, ya que lucha por un mundo mejor, por la justicia, que no es un simple pasatiempo ni se rige por las leyes de la pura creación, que su valor está fuera, se lo otorga la recta moral y todos a callar.
Vale. Sí. Que son muy malos. Como, de otra manera (¿democrática?), los griegos de Amanecer Dorado.
Pues sí. Pues vale.