Andaba el padre Odín en tiempos no tan pretéritos mosqueado por como le iban sus andanzas con sus fieles en su Midgard, cuando vino a suceder aquello de: "éramos pocos y parió la abuela". El Cristo y sus seguidores venían con muchas ganas de darle la vuelta a la tortilla de las familias de dioses y simplicar o complicar la cosa con lo de uno y trino. Así es que se lió el petate y decidió cambiar de barrio y recomenzar el asunto con un tierno discípulo que de los de la cruz ya habría tiempo de encargarse. Pero el nuevo mundo ya estaba ocupado por sus propios dioses y sus fieles que de momento tiraban más de maza que de cerebro. Y Odín que sabe más por viejo y lo que le chivan sus cuervos que por ser dios, decide prejubilarse y se marcha a una residencia güay, que previsor como todo dios que se precie él mismo regenta en su terruño de Asgard. Que os den cristianos y páganos y que conste que si hay que sacrificarse por el futuro de la humanidad yo el primero. Dicho y hecho. Y a esperar el Ragnarök que ya falta poco.

Lo cuenta el director danés antés de ponerse en el mapa mundial con "Driver" (2011) y quizás por eso no se distribuyó la película en su día en España y ahora algún espabilado ha tenido a bien recuperarla para goze y disfurte de aquellos que preferimos que sea la imágen quien  hable, que el cine reeivindique su equidistancia de la novela narrada como tal en la pantalla, que las atmósferas preñen de sentimientos, a favor o encontra, a cada espectador, que las preguntas sean más que las respuestas. Desde el principio del cinematógrafo la música vivió en simbiosis para crear la ilusión, Peter Kyed y Peter Pete hacen lo propio y Morten Soborg lo fotagrafía captando la luz que conecta la tierra con los cielos.

Las influencias son muchas y variadas. Desde el "Aguirre" de Herzog a la mirada cercana y profunda de Bergman. Y es que como apuntillaba el escritor japonés Haruki Murakami: La originalidad no es más que una imitación hecha con juicio".

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