Un magnífico coñazo. Su director afirmó que necesitaría otra película para explicar esta. Mal asunto cuando hay que explicar el chiste como reconoce el propio director. Pero es indudable que más allá de sus implicaciones metafísicas sobre como percibimos la realidad y si esta es relativa en función de quien la observa, Antonioni despliega todo su poderío visual y al igual que el protagonista quedamos atrapados en las imágenes con las que el director juega a su antojo. Ya desde los crédito iniciales con esas letras que nos permiten ver otro mundo que escapa a su propio contenido semántico, se augura que si ya el cuento de Cortázar "Las babas del diablo" ahonda en metáforas sobre la realidad y la vida, Antonioni en su libre adaptación no piensa quedarse atrás.

Haciendo alusión a su títulos (Explotar), el director exprime el jugo al Swingin London de los 60, esa revolución cultural aupada por un hedonismo juvenil donde los colores brillantes sustituyen  a los macilentos grises de un Londres de posguerra. Antonioni maneja los espacios y los colores con mano maestra. Y abandona la temática de las relaciones personales presente en sus anteriores trabajos.

El desconocido David Hemmings se hace con un personaje difícil de olvidar, un déspota obsesionado con su trabajo en busca de algo que le saque de su nihilismo existencial. Nombres ilustres del momento se suceden en personajes más o menos episódicos, desde La Redgrave o Sarah Miles, pasando por los Yarbirds, Jane Birkin o la famosa modelo Veruschka, mientras pasan los minutos a la espera de un desenlace, también inolvidable que venga en mayor medida a dar pistas sobre los que nos están contando que en el fondo, como casi siempre viene a ser lo de menos; lo importante es transitar por la mirada de Antonioni este camino laberintico donde la salida solo puede ser imaginada. Tuvo éxito de crítica y público y sirvió para modificar a la baja las normas de censura de la época.

Lo dicho: un coñazo magnífico.

cineziete