Sin duda el mejor consejo ante esta serie es que no la vean y lean el libro original del suizo Joël Dicker . Les atrapará como hizo con millones de lectores en el mundo en un thriller plagado de giros y con una galería de personajes bien construidos endémicos de cualquier pequeña comunidad rural estadounidense. En este caso en el noroeste en el estado costero de Maine. Sorprendió como Dicker asumía todos los clichés de personajes y género para construir con ellos un puzzle enrevesado en el que la intriga y la metaficción literaria se daban la mano con acierto.

Ahora es un francés, Jan-Jacques Annaud a sus 75 años que nos regaló su mejor versión como director en unos cuantos títulos en los 90 y que anda algo mustio artisticamente desde hace dos décadas. No consigue tampoco con este proyecto plasmar la atmósfera de la novela, se limita a servir el argumento, ser fiel a él para que la propia historia sustente los 10 capítulos que se hacen largos y en la que un casting esforzado y en general desangelado se va diluyendo en una factura de telefilm que no está a la altura de los tiempos que corren para la ficción televisiva. Lo que en el libro engancha y te invita a hacer mil y una cabalas sobre intenciones e intereses de los implicados en la trama aquí produce un cierto run run cansino y uno lo único que quiere es que la cosa termine pronto para saber si el final compensa. No compensa. En el libro no importa, has estado disfrutando durante cada una de las páginas. Si no pueden o no les apetece leer el libro, la serie se deja ver, mata el apetito como un sucedáneo, como esos palitos de cangrejo, ese surimi que ni son palitos ni son cangrejo.

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