Continuación de la fantasía amorosa interalienígena entre Venom y Eddie, que en esta ocasión indaga en sus problemas matrimoniales tras asentar su relación y decidir irse a vivir juntos.

Los rifirrafes de pareja no tardan en aparecer, evolucionando hacia peleas dolorosas donde el amor pasará por momentos complicados. Eddie acusa a Venom de ser excesivamente controlador y dominante, no permitiéndole tener su propio espacio personal. Se lo dice de forma fea, hiriendo sus sentimientos, y Venom, dolido, rompe con él. Lleno de tristeza y rencor, Venom se da a la vida loca, fiestas nocturnas, desmadre a la despechada. Da igual hombre o mujer, posee a todos los que puede, introduciendo sus fluidos entre las carnes de los jóvenes, mientras llora por el amor de aquel hombre que hirió sus sentimientos.

Eddie, por su parte, añora a Venom. Llora su ausencia. Ha cometido un error. Es el único verdadero amor que ha tenido. Se arrepiente de haber tonteado con su ex para hacerle daño, y de haberle gritado tanto cuando el simbionte solo intentaba protegerlo. Ojalá poder arreglarlo todo con un “lo siento” y un “te quiero”.

La cosa se complica cuando el hijo de Venom hace acto de presencia, furioso con su padre por haber dejado la semilla dentro de cualquier psicópata, además de nunca mirar por él. Quiere demostrarle que no lo necesita, tiene una vida, una novia y es feliz. ¡Jódete papá!

El drama familiar se torna entonces extraño y confuso cuando todos los implicados se funden en una orgía caníbal paternofilial alienígena de múltiples fluidos en múltiples cuerpos donde no importa ser extraterrestre, hijo, exnovia o asesino, sino fluir y dejar que la carne sienta el placer del líquido entrando por el cuerpo.

Ni las fantasías eróticas más siniestras de David Cronenberg habían imaginado algo similar. Una experiencia perturbadora.