Mientras los demás monstruos clásicos de la Universal tienen como uno de sus pilares el fenomenal maquillaje, El Hombre Invisible lo tiene en sus efectos especiales. Son tan, pero tan buenos, que siguen sorprendiendo. Para nada parecen realizados en 1933, y el paso del tiempo apenas es visible en ellos. Un logro digno de alabanza.

James Whale vuelve a llevar a la pantalla a un monstruo tras Frankenstein, y lo hace de forma tan solvente como la vez anterior, con ciertas similitudes en alguna que otra escena entre ambas películas. El ritmo es vertiginoso, repleto de acción, humor negro y dosis de terror. Se plantea una lucha que tira de ingenio e inteligencia entre el hombre invisible y la policía que le da caza que resulta muy interesante de ver. Destacan las sobrecogedoras escenas en la nieve, así como los pasajes nocturnos y los interiores comunes en los cuales veremos todo tipo de trucos visibles con lo invisible.

Aún con todo lo mejor de la película es Claude Rains, pues no hay mejor efecto especial que el interpretado con su voz. El tío lo clava como psicópata pasado de vueltas, con una gran variedad de tonos; desde la frialdad más inquietante va pasando por una voz despótica y se descontrola hasta la histeria, donde nos deja una buena serie de carcajadas dementes y frases sarcásticas que apuntillan sus fechorías terroristas. El personaje es un villano con mucho carisma, una especie de mezcla entre genio loco y niño travieso que como no puede volver a ser visible decide sembrar el caos en la sociedad sin ningún tipo impedimento moral.

Muy divertida. Merece la pena verla.