Desde el comienzo del metraje, nuestro nuevo (y mi primer) joker no es el sociópata: la sociedad lo es. El protagonista es demasiado inocente e ingenuo para sus otros, y eso no es patológico, aunque tampoco adaptativo en los tiempos que corren. Redonda hasta el 90% de su metraje, se tambalea a raíz del asesinato de la madre (no comprensible desde su perfil psicoanalítico), huye hacia adelante con el asesinato de De Niro, y tropieza y se pierde en dirección contraria al buscar/aceptar el reconocimiento de la sociedad que le ha convertido en monstruo.
Por cierto, en la escena final del hospital (y tras intuirse el asesinato de la psiquiatra de oficio: pisadas marcadas con sangre), el Joker traiciona su propio código matando a un personaje “bueno”. Curiosamente, es el único asesinato que no sale en cámara, en lo que intuí vergüenza por parte, o bien del guionista, o bien del director.
Eso decepciona. Para terminar de ser redonda en su denuncia, y dado que en sus dos primeros tercios somos la sociedad el verdadero villano de la historia, hubiera preferido que se ahorraran el populista baño de multitudes y que -traspasando la cuarta pared- hubiese apuntado a cámara con su revolver (a nosotros, a la audiencia que conformamos la sociedad que no tiene hueco para su incomprensión), y nos hubiera pegado un tiro. Hubieran habido menos aplausos en la sala de los que, en su mayoría, han malinterpretado/creado al personaje.
Por cierto -y de nuevo, desde 20 años de profesión en esas cloacas-, la película no es tan ficción como nos gustaría.
Aplaudí por dentro: repugnado. ¿Me merecería un tiro de un joker?