Es algo de sentido común que los codiciosos lumbreras de Hollywood aún no dominan. Partiendo de una primera parte sorprendentemente agil y que funciona a la perfección como entretenimiento ligero, honesto y carente de pretensiones, sorprende descubrir como esta secuela se hunde en el fango con un guión que va en contra de los dogmas del género al meter múltiples subtramas que no conducen a nada, apariciones estelares absurdas (lo de Scarlett Johanson no tiene explicación, y lo de Mickey Rourke es un momento freak más que otra cosa), escenas de acción carentes de una mínima coherencia, etc. En definitiva, Favreau responde a la presión del éxito de la peor manera posible al matar todo lo interesante que tenía su criatura y perderse en un videojuego para oligofrénicos cuya única función es abrir la puerta a otras adaptaciones de la Marvel