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Voto de Langfuller:
5
7,4
42.627
Thriller
Anna, Georg y su hijo Georgie van a pasar las vacaciones a su bonita casa a orillas de un lago. Sus vecinos Fred y Eva han llegado antes que ellos. Las dos parejas quedan para jugar al golf al día siguiente. Mientras padre e hijo preparan el velero, Anna prepara la cena. De repente, Peter, un joven muy educado que se aloja en casa de los vecinos, se presenta para pedir que le presten algunos huevos porque a Eva no le queda ninguno. De ... [+]
9 de noviembre de 2007
66 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
El contraste entre el sonido estructurado y el ruido puro, caótico, durante los títulos de crédito evoca la obra maestra del “splatterpunk”, "Perros de paja" de Sam Peckimpah, película en la que el matrimonio protagonista, camino de la granja que será su trampa humana, cambia la emisora de radio del coche para mostrar la naturaleza distinta de ambos personajes. Se trata de una tentativa de filiación, Haneke se quiere heredero del cine violento de Peckimpah. Es cierto que la violencia de uno y de otro conmueve y escandaliza pero mientras que Peckimpah dialoga con el espectador, Haneke impone sus reglas del juego.
Los "juegos" del título de la película podrían hacer referencia al azar, a la gratuidad de lo que vamos a ver. Porque existe una gratuidad en la motivación de los psicópatas protagonistas ¿Qué les mueve a actuar del modo en el que lo hacen? ¿Acaso son drogadictos? ¿Pertenecen a una clase humilde o a una clase acomodada? ¿Han padecido una infancia difícil o bien no soportan el vacío existencial y el tedio de sus vidas? Se nos hurta a propósito una respuesta de modo que se evita cualquier clase de coartada, sociológica, psicológica o psicoanalítica que pueda atenuar el horror que nos produce la esencialidad azarosa y brutal de la violencia. Y éste que probablemente sea el mayor logro de la película la emparienta con “Henry, retrato de un asesino”. Pero en “Henry...” los ojos del espectador se identificaban con las pulsiones del criminal cuando asesina al repulsivo vendedor de televisores y con su amigo Otis revisionando la cinta de video en la que se graba una matanza. En “Funny games”, en cambio, el espectador queda relegado al rol de víctima, a una posición incómoda en la que la violencia gratuita deja de ser un motivo de placer para el espectador.
La raíz inexplicable y azarosa, no sujeta a leyes, de la violencia y del mal no encuentra una continuidad en otros órdenes de la película. El azar implica necesariamente la ausencia de dios, la ausencia de un lugar central, de una atalaya de poder desde la que dictar un sentido a los acontecimientos del mundo. Y en esta película, de manera inverosímil, dios se manifiesta. El famoso rebobinado de una escena evidencia la manipulación de la misma desde una instancia superior, la que ocupa el director de la película. Esa posición que en el mundo de la ficción equivale a una posición divina, destierra el azar de la película y nos quita automáticamente el rol de jugadores que desde un principio, irónicamente, se nos pretende dar.
Los "juegos" del título de la película podrían hacer referencia al azar, a la gratuidad de lo que vamos a ver. Porque existe una gratuidad en la motivación de los psicópatas protagonistas ¿Qué les mueve a actuar del modo en el que lo hacen? ¿Acaso son drogadictos? ¿Pertenecen a una clase humilde o a una clase acomodada? ¿Han padecido una infancia difícil o bien no soportan el vacío existencial y el tedio de sus vidas? Se nos hurta a propósito una respuesta de modo que se evita cualquier clase de coartada, sociológica, psicológica o psicoanalítica que pueda atenuar el horror que nos produce la esencialidad azarosa y brutal de la violencia. Y éste que probablemente sea el mayor logro de la película la emparienta con “Henry, retrato de un asesino”. Pero en “Henry...” los ojos del espectador se identificaban con las pulsiones del criminal cuando asesina al repulsivo vendedor de televisores y con su amigo Otis revisionando la cinta de video en la que se graba una matanza. En “Funny games”, en cambio, el espectador queda relegado al rol de víctima, a una posición incómoda en la que la violencia gratuita deja de ser un motivo de placer para el espectador.
La raíz inexplicable y azarosa, no sujeta a leyes, de la violencia y del mal no encuentra una continuidad en otros órdenes de la película. El azar implica necesariamente la ausencia de dios, la ausencia de un lugar central, de una atalaya de poder desde la que dictar un sentido a los acontecimientos del mundo. Y en esta película, de manera inverosímil, dios se manifiesta. El famoso rebobinado de una escena evidencia la manipulación de la misma desde una instancia superior, la que ocupa el director de la película. Esa posición que en el mundo de la ficción equivale a una posición divina, destierra el azar de la película y nos quita automáticamente el rol de jugadores que desde un principio, irónicamente, se nos pretende dar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Haneke no permite el diálogo. No tenemos un rol activo, sólo somos espectadores maniatados a nuestras butacas. Su violencia barrena las meninges de un espectador que se cree habituado a ella, un método esterilizador como el que aplicaran al protagonista de “La naranja mecánica” forzándole, con sendos broches en sus párpados, a “videar” con los “glasos” abiertos de par en par la manifestación pura de la violencia hecha película. Esa película que veía Alex podría ser la de Haneke y esos métodos expeditivos los que emplea contra nosotros obligados a aceptar sus reglas. Del mismo modo tampoco tienen posibilidad de participación los miembros de la familia protagonista, las pequeñas cesiones de los dos psicópatas son meros simulacros que retrasan lo inevitable.
No me gusta la presencia explícita de Haneke en sus películas. Es la representación de un dios maligno, con direcciones psicopáticas que me resulta tan repulsiva como, en su caso, la presencia milagrosa de un dios benigno y justiciero que imponga un orden moral. Haneke confunde en su discurso la amoralidad con la inmoralidad. Da la cara y apuesta desde su posición de poder por una dirección inmoral que resulta ser un reflejo siniestro de una dirección moral. En los dos casos se recurre al "deus ex machina", un recurso artificioso que descubre el simulacro, que nos muestra la ficción como una reivindicación de lo falso. A su favor puede decirse que esta recurrencia tiene como efecto aumentar la credibilidad de la ficción, al apartar con un rebobinado el tópico del thriller del héroe justiciero. (Este tópico en sí mismo es otro “deus ex machina”.) Pero se nos evidencia el trucaje de la película, la falsificación, al tiempo que se rebaja la tensión íntima que pueda haber en el entrecruzamiento entre verdad y falsedad. Para que se mantuviera esta tensión, los puentes de paso entre el terreno de la ficción y el de la realidad deberían ser invisibles. Y para esto es necesaria la desaparición del autor, o al menos el borrado de sus huellas.
No me gusta la presencia explícita de Haneke en sus películas. Es la representación de un dios maligno, con direcciones psicopáticas que me resulta tan repulsiva como, en su caso, la presencia milagrosa de un dios benigno y justiciero que imponga un orden moral. Haneke confunde en su discurso la amoralidad con la inmoralidad. Da la cara y apuesta desde su posición de poder por una dirección inmoral que resulta ser un reflejo siniestro de una dirección moral. En los dos casos se recurre al "deus ex machina", un recurso artificioso que descubre el simulacro, que nos muestra la ficción como una reivindicación de lo falso. A su favor puede decirse que esta recurrencia tiene como efecto aumentar la credibilidad de la ficción, al apartar con un rebobinado el tópico del thriller del héroe justiciero. (Este tópico en sí mismo es otro “deus ex machina”.) Pero se nos evidencia el trucaje de la película, la falsificación, al tiempo que se rebaja la tensión íntima que pueda haber en el entrecruzamiento entre verdad y falsedad. Para que se mantuviera esta tensión, los puentes de paso entre el terreno de la ficción y el de la realidad deberían ser invisibles. Y para esto es necesaria la desaparición del autor, o al menos el borrado de sus huellas.