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Voto de Hitchcock10:
6
Serie de TV. Drama. Thriller Serie de TV (2013-2018). 6 temporadas. 73 episodios. El implacable y manipulador congresista Francis Underwood (Kevin Spacey), con la complicidad de su calculadora mujer (Robin Wright), maneja con gran destreza los hilos de poder en Washington. Su intención es ocupar la Secretaría de Estado del nuevo gobierno. Sabe muy bien que los medios de comunicación son vitales para conseguir su propósito, por lo que decide convertirse en la ... [+]
22 de setiembre de 2013
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Los príncipes que han hecho grandes cosas son los que menos han mantenido su palabra» y «Los hombre obran el mal, a menos que la necesidad los obligue a obrar bien» son algunas de las frases que escribió Maquiavelo en su famoso tratado de doctrina política 'El príncipe' allá por 1513. Exactamente quinientos años después, estas parecen ser también las máximas que guían el comportamiento de los personajes de 'House of Cards', radiografía de las intrigas políticas que hacen de Washington DC un auténtico nido de víboras. Con nueve candidaturas a los premios Emmy -todo un hito para una serie online- se ha convertido en la revelación de la temporada.

La plataforma de streaming Netflix no ha escatimado esfuerzos para lograr un producto de excelente acabado que cuenta además con actores y directores de primera fila (Kevin Spacey, Robin Wright, David Fincher) y que impresiona desde su brillante cabecera. En ella se nos muestra un poderoso contraste de lentos movimientos de cámara captando imágenes aceleradas al compás de una música de tempo igualmente rápido –probablemente para transmitir el frenético devenir de la vida en la capital estadounidense-, una significativa ausencia de figuras humanas y unas vistas del Capitolio desde todo tipo de ángulos, algunos no por casualidad cutres y sucios. No obstante, si bien la factura es verdaderamente admirable, bajo esta bruñida superficie 'House of Cards' esconde algunos déficits que le impiden ser la gran serie que podría haber sido.

La trama se centra en el congresista Frank Underwood (soberbio y carismático Kevin Spacey) y sus retorcidas estratagemas para medrar políticamente tras un desengaño que tiene lugar en el primer capítulo y que lo espolea hasta límites que sobrepasan cualquier consideración ética. Junto a él, su fría y ambiciosa esposa Claire (igualmente magnífica Robin Wright) está también decidida a conseguir que las aspiraciones de ambos lleguen a buen puerto, sin importar los medios que tengan que utilizar para ello. La tercera en discordia es Zoe Barnes (Kate Mara), joven y atractiva periodista que, a cambio de beneficios profesionales, ayuda a Frank en su plan (y se lo tira, dicho sea de paso), pese a no tener ni idea de en qué consiste.

Se inicia así una escalada de ardides y traiciones que está tratada con un evidente cinismo y una cierta dosis de comicidad, sobre todo en los apartes en los que Frank Underwood se dirige al espectador. Aunque este juego metaficticio puede resultar tan divertido como a veces cansino, admito que las burlonas muecas de autocomplacencia del protagonista tienen su gracia.

El problema surge cuando, conforme avanza la historia, este cinismo del que hace gala la serie comienza a parecer una pose para quedar bien más que una actitud real y el atractivo se va diluyendo porque los guionistas nos dan más de lo mismo. En este sentido, se echa en falta algún tipo de conclusión (muy bien, el sistema está podrido… y, ¿qué?) o un conflicto dramático que otorgue mayor resonancia emocional al relato. La reciente 'Los Idus de marzo', película igualmente ambientada en el mundo de los tejemanejes en el poder, tampoco descubría la pólvora, pero subrayaba dilemas morales que enriquecían el conjunto y que aquí brillan por su ausencia.

En 'House of Cards', sin embargo, todo es unidireccional: Frank y Claire Underwood son dos cabrones a los que prácticamente todo les sale bien, y no hay ni conflictos ni dilemas, exceptuando los de una figura secundaria (Peter Russo) que acaba irritando por su increíble estupidez o los puntuales atisbos de remordimiento de Claire. En la misma línea, resultan fallidos otros intentos de humanizar a los personajes (el coñazo de las figuritas de papiroflexia, las ansias por una vida más bohemia con un amante, la nostalgia por una relación homosexual) que quedan reducidos a superficiales gestos de cara a la galería que carecen de autenticidad.

Asimismo, las líneas argumentales secundarias carecen también de sustancia y son meras comparsas que acaban importando bastante poco. Solo en los dos últimos episodios, cuando las manipulaciones de Frank Underwood se vuelven contra él y la niñata periodista comienza a investigar el fregado en el que ella fue pieza clave, aparece una trama paralela que adquiere tanta entidad como la principal y cuya tensión está además potenciada por un trepidante montaje. Eso sí, si rascamos, volveremos a darnos cuenta de que, aun estando lograda, esta trama también adolece de una falta de profundidad, porque, a ver, ¿a qué viene que a la periodista, que desde el principio era consciente de que estaba participando en una conspiración, le dé ahora por querer averiguar los pormenores de esa conspiración y desenmascarar al congresista? ¿Arrepentimiento? ¿Despecho? ¿Ambición profesional? Ninguna de estas opciones explica realmente las motivaciones de Zoe Barnes, y a esto contribuye también la pobre interpretación de Kate Mara, aunque también es posible que este personaje estuviera mal escrito desde el principio y la actriz poco haya podido hacer.

Con todo, es innegable que en este tramo final, la serie gana en interés y pulso narrativo y su ritmo se vuelve realmente vertiginoso, algo que hasta entonces solo ocurría de modo intermitente, y a veces además con recursos facilones, como hacer que Kevin Spacey explique sus tretas a una velocidad de mil palabras por segundo, dando una falsa impresión tanto de ritmo como de complejidad.

En resumidas cuentas, estamos ante una propuesta de brillante factura, muy bien interpretada, resultona, mordaz, por momentos ingeniosa, pero que se toma demasiado en serio a sí misma y transmite la sensación de creerse más inteligente de lo que en realidad es. Le faltan alma y calado. Puestos a elegir una serie sobre luchas de poder, corrupción y puñaladas traperas con sexo de por medio, me quedo con la inmensa 'Juego de tronos', de apariencia menos solemne pero mucho más redonda.
Hitchcock10
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