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Voto de Verdebotella:
7
Ciencia ficción. Drama. Aventuras Al ver que la vida en la Tierra está llegando a su fin, un grupo de exploradores dirigidos por el piloto Cooper (McConaughey) y la científica Amelia (Hathaway) emprende una misión que puede ser la más importante de la historia de la humanidad: viajar más allá de nuestra galaxia para descubrir algún planeta en otra que pueda garantizar el futuro de la raza humana. (FILMAFFINITY)
17 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tomamos riesgos, lo sabíamos, las cosas han ido en nuestra contra y por lo tanto no tenemos motivo de queja, sino sólo someternos a la voluntad de la Providencia, determinados todavía a hacer lo mejor hasta el final… Si hubiéramos vivido, debería haber contado la historia de la audacia, resistencia y coraje de mis compañeros, que han llenado el corazón de todos los ingleses. Estas ásperas notas y nuestros cadáveres deberán contar la historia."
Robert Falcon Scott

Hubo un tiempo en el que ser explorador no solo era una profesión sino una manera de vivir. Un oficio de lo más respetado y honorable: avanzar hasta lo más profundo del Amazonas, remontar el Nilo hasta su nacimiento, descubrir el Kilimanjaro o conquistar el Polo Sur. En definitiva, conocer hasta el último rincón de este mundo.

Inteligentísimo Nolan, sabedor del casi perfecto despliegue visual de Cuarón en Gravity un año atrás, visualizó Interstellar como una experiencia entre lo sensorial y el entretenimiento, aliñado con las clásicas pautas del cine de aventuras.

No es justo, ni siquiera entendible, una comparación analítica entre 2001 (Una Odisea en el espacio) e Interstellar, una estimulaba el pensamiento, la cualidad intelectual, y la otra, que guarda semejanzas con Gravity, en eso sí, proporciona puro entretenimiento, una cualidad emocional; sin que una reste o minusvalore a la otra. Ni expiar cualquier intelectualidad a la obra de Nolan, por supuesto. Pero dónde una incide mediante lo simbólico y lo contemplativo en el pensamiento, la otra lo hace a través de la emoción, proporcionando placer y diversión.

Del drama intimista a la aventura espacial sin desfallecer, como si atravesásemos un agujero negro. Desde los verdosos maizales hasta el profundo espacio respiramos la tragedia del pionero.

El ser humano tiene que salir del nido, expandir sus fronteras, buscar sus límites, conquistar el espacio. Nolan intenta dotar a la historia bajo una perspectiva antropológica. Desde nuestros inicios hemos sido exploradores, hemos avanzado sobre la tierra yerma, atravesado mares y océanos, expandido nuestro mundo hasta más allá del abismo, siempre con el ímpetu de cruzar la última frontera.

La Tierra está llegando a su fin. La vida en el planeta se está volviendo insostenible, el cambio climático, la falta de materias primas, la escasez de energía, la superpoblación… Los seres humanos viven junto a centros de producción de alimentos. Desterrados de las grandes urbes. No hay esperanza, no hay vuelta atrás. Solo queda ir hacia delante.

McConaughey es Cooper. Un piloto ingeniero padre de dos hijos. Un hombre en la época equivocada. Una especie de vaquero lacónico. Nuestro héroe. Nuestro Amundsen¹ y nuestro Scott². El hombre que lucha contra las dificultades del entorno, contra lo desconocido, contra su tripulación, contra la soledad y consigo mismo.

Estimulante tanto en lo visual como en lo narrativo, Nolan cae en ciertos vicios: la redundancia en las explicaciones y ese sentimentalismo verbalizado en mucho de los personajes que puede parecer hasta artificial; salvado tal vez por un reparto comprometido con la causa. Y es que, posiblemente, la mejor manera de disfrutar de Interstellar es avanzar a través de sus etapas sin mirar atrás, dando un salto de Fe, como los pioneros de la nave Lazarus luchando por la supervivencia humana, sin regodearse en lo cursi, ni resaltar sus excentricidades narrativas.

En realidad, Nolan si demuestra que tiene corazón, pese a lo que digan sus detractores, algo que ya vimos en Origen (Inception). Y lo cierto es que donde reside parte de la fuerza narrativa de la película, y de la misión, no es en los discursos grandilocuentes sobre el amor de Caine o Hathaway, ni la espectacularidad de sus escenas, sino aquellos pequeños momentos en los que se ve, y no se explica, el poder del amor; como cuando Cooper se marcha en la furgoneta tras la triste despedida de su hija y levanta las mantas del asiento del copiloto esperando encontrársela o cuando escucha los mensajes de sus hijos a años de distancia. El corazón de la película son los pequeños vínculos emocionales.

La BSO de Hans Zimmer, menos visible y estruendosa, despega de la mejor manera posible transmitiéndonos si es posible el sonido del espacio, el sonido de una nueva tierra, el sonido de la última frontera.

Lo mejor, sin duda, es la acción precedida por un momento de crisis donde Cooper afronta la posibilidad del fracaso. Como siempre, cuando puede fracasar el protagonista es cuando la atención aumenta, aquí Nolan aprieta el acelerador y quedamos enganchados irremediablemente a ese encadenado de planos simbólicos y música perfectamente acoplados. Y la película se alza hasta las estrellas.
Verdebotella
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