A mí me ocurre algo con el chocolate, me fascina su olor, su color atrae como no lo consiguen otras delicias, tiene un tacto suave y espeso en su vertiente líquida y cuando se convierte en sólidas onzas invita a morder con fuerza. Luego está la memoria sensitiva, el chocolate es siempre un ligero y agradable recuerdo y como todo el mundo no puedo evitar pensar: mmmm, ¡chocolate!

Luego llega el momento de probarlo, la esperada explosión de sabor. En un instante, las papilas gustativas atrapan y concentran toda su esencia, pero un simple bocado sirve para despreciar su glorioso sabor, está bien, no me disgusta, pero soy incapaz de comerlo en exceso. Al contrario del resto del mundo, nunca necesito un poco más.

Algo parecido sucedió con el reencuentro al que me sometí. Vi de nuevo esta película con un Willy Wonka de dientes perfectos, pequeños Oompa-Loompas adoradores del cacao y un niño con algo de inocencia y bondad intactas que supera el destacar del resto de repelentes críos caprichosos. También chocolate, toneladas de sabroso chocolate que entra por los ojos en todo momento, seguro que hasta conseguí escucharlo.

A los pocos minutos de comenzar, todas las ideas que corrían alrededor de su recuerdo se fueron desmoronando, ya no tenía el sabor que imaginaba, y aunque ahí seguían todos los colores posibles en cada imposible escenario recreado para la ocasión, a cada momento los Oompa-Loompas anaranjados (que no morados como en la primera ocasión que alguien decidió hacer una película sobre Chocolates Wonka marca registrada) se ponían a cantar con una vocecilla un poco irritante e incomprensible, que pese a ver la película doblada me obligaba a poner subtítulos para alcanzar la moralina post-moderna de sus letras respecto a los errores incontrolablemente infantiles que iban cometiendo los protagonistas.

La historia no me disgusta, estuvo bien para un rato, pero cayó de un pedestal muy alto esta fantasiosa historia dentro de un mundo extremista.

Como el buen chocolate, van pasando los días y se olvida todo lo que puede sobrar del manjar y se va convirtiendo en un rico dulce que en un tiempo será una golosa delicia que probar. Al menos hubo un pequeño descubrimiento. Uno de los personajes no destacaba por nada particular, era normal a simple vista y en su total profundidad, sin aspavientos, sin nada que ocultar, sólo permanecía como un pilar más. Era el padre de Charlie, Noah Taylor, verle unos minutos en pantalla hizo que saborear de nuevo el chocolate no resulte amargo y no se convierta nunca en una última vez.