Hubo un tiempo en que Tom Cruise producía sus películas, y cuenta la leyenda que cuidaba hasta el más mínimo detalle y se aseguraba de que fueran exitazos. Ahí están, por ejemplo, El último samurai y la saga Misión Imposible, de la que es alma y uno de los principales responsables, sin duda.
Las comparaciones son odiosas, sí, pero es que la sombra de Imhotep y Anck-Su-Namun es muy alargada, señores. Y echar de menos a Rick, Evelyn, Jonathan, Ahrded o incluso Alex (el niño, antes de que creciera en la muy lamentable tercera entrega en China) es una carga muy pesada para cualquier película que intente el inútil e innecesario trabajo de hacer un reboot de La Momia. Porque ese es el principal problema de esta película de Alex Kurtzman (guionista de Transformers... no hay más preguntas, Señoría): no nos hacía falta para nada.
Bueno, miento. El principal problema es que es mala. Muy mala. Y ni siquiera Russell Crowe puede hacer nada para salvarla.
La trama no tiene emoción ninguna, carece completamente del encanto de las películas de Stephen Sommers, la momia (y esto es grave) no causa ninguna inquietud ni mucho menos miedo, y por querer huir del tono de consciente homenaje a Indiana Jones y las aventuras clásicas que tenían las dos cintas protagonizadas por Brendan Fraser y Rachel Weisz, se ha adoptado un aire que va más tirando a Van Helsing. Mal asunto. Por no hablar de un diseño de personajes lamentable que no hace justicia al probado talento de los actores (pobre Annabelle Wallis...) o de un tedio generalizado que se crea porque, sencillamente, la película no tiene nada que ofrecer.
Un horror.

Lo mejor: Que se acaba.
Lo peor: Todo