Que Polar Express es una maravilla técnica es algo absolutamente innegable.
La calidad de la animación es espectacular, y es la película que puso de moda el "motion capture" como forma de rodar y después transformar lo rodado en otro escenario completamente distinto. Repetiría Robert Zemeckis la experiencia en sus siguientes filmes, Beowulf y Cuento de Navidad, y su socio y colaborador Steven Spielberg probaría también con ella en Las aventuras de Tintín. El resultado es francamente espectacular (los planos del tren en la noche son de una belleza de museo), y hay que alabar también el trabajazo de Tom Hanks, que interpreta casi en solitario muchos de los personajes, y de los demás actores que, en algún momento del proceso, prestaron su cuerpo y/o voz a los distintos roles.
Así pues, ¿dónde está el problema de Polar Express? Pues en su narración. El mensaje de creer en la Navidad y en pro de la inocencia infantil es bonito, pero lo hemos visto ya mil veces en todo tipo de cintas navideñas cargadas de buenas intenciones, y mucho más allá de eso, Polar Express no sabe qué historia contarnos. Se echa en falta una aventura más trepidante para el niño protagonista, y el viaje en el tren es demasiado largo y pesado. Y una vez termina y los niños llegan a Laponia, no hay tampoco ya mucho más que contar.
Las críticas, mayoritariamente, tenían razón, y por eso también Polar Express fue una cierta decepción comercial: a la película le falta alma. Es perfecta en lo técnico, pero fría en lo emocional. Una lástima.

Lo mejor: El aspecto visual. Impecable.
Lo peor: Le falta emoción.