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Voto de Sibila de Delfos:
8
Comedia Hugo y Braulio, dos jóvenes con formación universitaria, hartos de no encontrar ni trabajo ni futuro en España, deciden emigrar a Alemania siguiendo los cantos de sirena de un programa de televisión tipo "Españoles por el mundo". Pero pronto descubrirán que sobrar en un sitio no significa ser necesario en otro, y que perseguir el sueño alemán puede tener mucho de pesadilla. (FILMAFFINITY)
5 de marzo de 2015
7 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perdiendo el norte es hija de nuestro tiempo, de la crisis económica, del (parece que anunciado) fin del bipartidismo, de la gente indignada por la corrupción, los recortes y el descenso de la calidad de vida que viene sufriendo nuestro país en los últimos años.
En una suerte de actualización de lo mismo que nos contó Carlos Iglesias en 2006 en Un franco, catorce pesetas (porque desgraciadamente ¿acaso no se está repitiendo la historia de la inmigración española en Alemania y otros países del norte de Europa?), Nacho García Velilla nos cuenta la historia de dos amigos, Hugo y Braulio, que dejan atrás familia, novia (en el caso de Hugo), amigos y una existencia miserable condenada al paro pese a su valía intelectual para buscarse la vida en Alemania. Y no se sabe si es porque el tema suena espantosamente familiar, pero el resultado es verdaderamente magnífico. O porque se han hecho muy bien las cosas, que también.
Perdiendo el norte tiene un humor muy español (atención al personaje de Rafa, insufrible al principio y muchísimo más soportable según avanza la trama, que es en quien más se nota que la mano de Velilla estuvo detrás de productos televisivos tan buenos como Siete vidas y otros… no tan buenos, como Aída) y a ratos es también heredera directa de muchas comedias británicas. Y si no me creen, miren secuencias como la de la iglesia o la de toda la pandilla en el coche en el clímax final y digan si no les recuerdan poderosamente a Cuatro bodas y un funeral (M. Newell, 1995) y Notting Hill (R. Michell, 1999), respectivamente. Como comedia es ligera. Tampoco esperen troncharse continuamente porque la cosa no va por ahí. Se trata más bien de arrancar sonrisas, de poner humor a situaciones tan duras como las de la inmigración forzosa o los desahucios (o incluso algún que otro problema médico) y de identificar al público con una de las pandillas de perdedores (pues todos lo son de una forma u otra) más simpáticas que se recuerdan en años en el cine patrio. No va a tener el mismo éxito seguramente, pero en el diseño y desarrollo de los personajes la película es superior a otras comedias recientes como Tres bodas de más o incluso la omnipresente Ocho apellidos vascos. Su mayor punto fuerte es lo bien que encajan todas sus piezas: la reivindicativa, aunque su discurso sea siempre bastante obvio y machacón, la puramente cómica, la de bofetada de realidad en su retrato del “sueño alemán” y la de la historia sobre la amistad entre gente aparentemente dispar. Incluso las subtramas que en principio parecían no tener mucho orden ni concierto, como la del empresario turco, su mujer y sus dificultades para tener hijos, terminan por reconducirse y acoplarse para formar un todo de lo más agradable, que es de lo que se trataba. Además, como historia romántica también funciona perfectamente la película, en parte por la química entre Yon González y Blanca Suárez y en parte porque el guión se marca momentos tan logrados como el paseo por Berlín en Nochebuena de Hugo y Carla o el descubrimiento por parte de Carla de la auténtica situación sentimental de Hugo. De acuerdo, esta parte también está llena de tópicos (chico y chica se conocen, se llevan mal, se van conociendo, se enamoran, hay problemas, etc), pero una vez más el resultado es tan encantador y tan entretenido que termina por no importar su falta de originalidad.
Sobre todo, Perdiendo el norte tiene buenos actores. Muy buenos actores. No pierdan de vista a ese hilarante Younes Bachir (ver cuando descubre cierto secreto de Braulio en un baño) ni a su mujer de ficción Malena Alterio. No se olviden de aplaudir la precisión de Úrsula Corberó como niña de papá y tonta del bote. Julían López borda el papel de pardillo rata de biblioteca con pocas habilidades sociales y amatorias (o no…). Blanca Suárez realiza quizás una de sus mejores actuaciones hasta la fecha en un papel ciertamente simpático y a tono con el encanto general de la película que ella clava a la perfección. José Sacristán sigue siendo uno de los más grandes y aporta grandes momentos de humor. Carmen Machi y Javier Cámara no tienen que esforzarse demasiado, porque sus roles no exigen mucho más que mostrar esa característica personalidad cómica y ese feeling que ambos tienen en comedia, y con eso les basta para arrancar unas cuantas carcajadas. Incluso Miki Esparbé, el más pasado de rosca por exigencias del guión, termina encontrando su hueco dentro de un gran conjunto de intérpretes que empastan a la perfección unos con otros y están entregados en cuerpo y alma a hacer pasar al público un buen rato. Pero es Yon González quien merece los mayores elogios, porque está simple y llanamente perfecto como titubeante galán, como actor cómico y como protagonista llevando el peso de la trama sobre sus hombros. Olvídense de lo que le hayan visto hacer en televisión o de si les convenció o no. Este González no tiene nada que ver con ningún otro que se haya visto previamente y debería reconocerse el enorme esfuerzo que ha hecho en la película y los espléndidos resultados que consigue. Habrá que seguirlo muy de cerca.
No es perfecta. Es posible que le sobren minutos por lo mucho que se extiende en la llegada y aclimatación de los dos amigos a Berlín y sin duda el giro dramático que intenta dar con el personaje de Sacristán no solo no era necesario sino que rompe la armonía del conjunto y paraliza un poco su ritmo cuando mejor se lo está pasando el público, pero no es nada grave. Son pocas cosas y no demasiado importantes. Lo demás es para disfrutarlo y disfrutarlo mucho, además.
En definitiva, una propuesta tierna, divertida, romántica, gamberra a ratos y enormemente simpática. Una muy buena comedia para los tiempos que corren, pero también para el futuro, porque nos recordará lo que fuimos y lo que pasó durante muchos, demasiados años durante la gran crisis económica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sibila de Delfos
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