Jackie, primera película estadounidense del chileno Pablo Larraín, es una película de contrastes.
A nivel narrativo, no tiene nada especial. Es correcta, entretiene, pero no esperen encontrar una biografía fascinante sobre Jacqueline Kennedy Onassis. Aciertan con el ajustado metraje (90 minutos pelados), porque la historia tampoco daba para más, pero sin duda no se puede decir que sea una película que marque para siempre o cambie la vida de nadie. Sin embargo, no se puede negar que es una de las películas visualmente más preciosas de su año. Todo es lujo rodeando a los actores. El vestuario es fabuloso, la música es excelente, la fotografía ayuda a añadir dramatismo a la historia, la dirección artística es fabulosa y Larraín le saca partido con esos planos que permiten apreciarla en todo su esplendor. Es, en una palabra, una producción sumamente elegante.
Sin duda, lo mejor de la película es Natalie Portman, una actriz descomunal, aunque no siempre haya contado con el favor generalizado de crítica y sobre todo público. Ella es la razón por la que la película sube algún punto más. Su entrega al personaje de Jackie es memorable, como memorable es su recreación del dolor y la culpa de una mujer en la cima del mundo que se convirtió en la viuda más conocida del mundo durante muchos años.
Correcta pero nada especial.