Con Excalibur, John Boorman tiene a su disposición una de las historias más bellas de la Edad Media: la leyenda del Rey Arturo. El guion del film de Boorman la sigue al dedillo, pero en su afán de contarlo todo, Boorman se olvida del ritmo y del pulso narrativo, y se centra más en que no falte nada antes que de contarlo de forma armónica y no atropellada e incluso torpe en algún momento.
Excalibur es una buena película, ambiciosa y vibrante por momentos, pero ha envejecido en muchos de sus aspectos. La factura visual está muy enclavada en su época, sin duda, al igual que otros aspectos técnicos (música, fotográfía, etc.). Pero repito: el guion quiere contarlo todo, pero tiene en cuenta solo el contenido, pero no la forma. Ahí es donde debía intervenir Boorman. El director imprime un ritmo un tanto monótono a la cinta, algo que se acentúa cuando la historia que se quiere contar es tan amplia. Son tantos los episodios y giros de la historia de Arturo que a veces da la sensación de que no da tiempo a reaccionar, de que los personajes son simples títeres a merced del destino y que no tienen motivaciones. Los personajes no están muy trabajados, simplemente parece que se les ha puesto cara y se les ha lanzado al ruedo. Con un poco más de introspección, la película habría ganado mucho.
A pesar de los muchos peros, Excalibur sigue siendo la mejor película para conocer la leyenda del rey Arturo. En 2012 como estamos, hay que echarle a veces un poco de paciencia, pero en ella hay grandes momentos que merece la pena ver. No es tan espectacular como otras, pero el clima mítico y legendario lo transmite como pocas.