Un joven ladrón es trasladado a las puertas de la cárcel de la Maca, en plena selva de Costa de Marfil, un presidio que no es gobernado por un alcaide, sino por un preso llamado Barba Negra. Se trata de un lugar ciertamente extraño, tanto que sólo puede ser una fabulación. Por más que sepamos que ciertamente existen cárceles en el mundo que están en manos de criminales (cómo ahora la de Matamoros, en México, controlada por el narco), ésta posee extrañas tradiciones como que el gran jefe de los presos acepte su muerte y él mismo se conceda el final cuando note que está al final de la vida. O nombrar un Roman (romancier, es decir, un romancero, un juglar) para que entretenga durante las noches de Luna Roja al resto de reclusos. Al igual que la Sherezade de 'Las mil y una noches', debe satisfacer a su oyente a la vez que alargar su narración para conservar la vida. Este Roman sabe poco del arte narrador (por eso es escogido, para que sea una víctima fácil), sin embargo aprende rápido y sabe improvisar. Mira a su alrededor y roba los detalles. Así se va construyendo esta historia de historias.

"La nuit des Rois" tiene muchas cosas de una película que me hubiese gustado ver. Personajes marginales, para no tener la sensación que nos distraen con futilidades. Un entorno que a la vez refleje cierta visión crítica, desmejorada del mundo, y que pueda verse más allá del contexto histórico concreto. Elementos de teatro alternativo, desafiante, amoral y que eviten la pompa y el floripondio. Y las historias dentro de las historias, eso siempre me ha gustado hallarlo en la literatura, y es la receta principal de "La nuit des Rois", en verdad es su tema central, la del arte de contar historias cómo método y estética para abordar la realidad sin que nos contagie su abulia. El ser humano necesita de ese espacio simbólico para sobrellevar la realidad, una exposición en exclusiva con la realidad es la garantía que en algún momento sufriremos un aterrizaje forzoso en la desesperación.

Dentro de esos relatos que va tejiendo Roman alude a la crisis poselectoral del año 2000, cuando Gbagbo salió vencedor y el general golpista Guei se negó a reconocer los resultados. No hay que ser muy avispado para establecer paralelismos con las inercias que se van sucediendo dentro de la prisión, para adivinar que el relato del filme es una parábola política que más o menos establece un gobernador, Barba Negra, análogo de Houphouet-Boigny, y entorno a él hay conspiraciones para sucederlo en el poder. Diferentes facciones entre los presos desean disputarse el poder de la prisión. Lass como el díscolo y por otro Koby como el sucesor nombrado por Barba Negra. Conspiraciones, atentados. Costa de Marfil vista como una prisión y el jefe de los guardas como trasposición del poder militar de Guei.

A todo esto nos encontramos con una curiosa aparición del magnífico Denis Lavant, actor que adoro y que me hace amar todavía más esta película, que le añade un componente de extrañamiento al ponernos en la pantalla a un hombre blanco en una cárcel de un país africano y que carga con una gallina encima del hombro como si fuese un halcón desmejorado. Un elemento de leve humor que nos distancia del clima de violencia pero sin tampoco deformar en exceso. Ciertamente ejerce como recurso teatral, un personaje que parece ajeno al resto de reclusos, y que intenta advertir de los peligros a los que Roman se enfrenta si no se mantiene atento. Esos reclusos que parecen no verlos, por cierto, en ocasiones resultan amenazadores, aunque sin dramatizar su situación o exagerar su caracterización. Simplemente están en la cárcel de la Maca como si hubiesen nacido ahí. Como decía, Costa de Marfil vista como una cárcel, como un lugar dónde la ley y el estado parece haber suspendido y se rige por pactos ancestrales.

Percibí leves ecos a "Ciudad de Dios", título aludido ya en los diálogos de los personajes, con la que comparte ese clima de violencia y supervivencia reservada sólo para los espabilados. También a "Johnny Mad Dog", otra película de ambientación africana, que retrata con un estilo tajante y descarnado un estado de excepción, la de un país colapsado por las consecuencias del colonialismo años después que éste finalizara.

En todo caso, una de las cimas del cine africano. Lacôte demuestra una gran pericia para manejar varios planos narrativos, para esbozar personajes con pocas pinceladas y gran vivacidad, y mezclar elementos fantásticos con políticos, reales como míticos y a la vez dibujar en el trasfondo un interesante subtexto. El Festival de Cine de Sevilla ha decidido ofrecer este título a los suscriptores de Filmin y no puedo más que aplaudir su audacia, su capacidad de riesgo, pues no es una obra complaciente y de obvios encantos, pero que sin duda debería complacer a quien haya disfrutado de las obras del cine francés en la onda de Leos Carax e incluso Claire Denis.