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Voto de Chris Jiménez:
10
8,3
21.729
Thriller. Intriga
Un asesino de niñas tiene atemorizada a toda la ciudad de Berlín. La policía lo busca frenética y desesperadamente, deteniendo a cualquier persona mínimamente sospechosa. Por su parte, los jefes del hampa, furiosos por las redadas que están sufriendo por culpa del asesino, deciden buscarlo ellos mismos. (FILMAFFINITY)
4 de marzo de 2021
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En picado vemos a los niños en la calle, jugando a un juego en corro cuya cantinela provoca ya un escalofrío porque avisa de un mal presagio sin que ellos lo sepan.
A una madre, desde el balcón, no le gusta escuchar esa canción. En una serie planos sencillos y barridos dotados de una increíble fluidez visual, se muestra el interior del edificio.
Tras hablar la mujer con una vecina la dejamos y entramos a la vivienda de ésta, que hace sus quehaceres despreocupada hasta que el sonido del reloj la avisa; es muy tarde y su hija Elsie ha de volver a casa. La tragedia aparece en forma de una sombra masculina que cruza unas palabras con dicha niña, quien juega en la acera con una pelota; fatalidad pura: las infinitas escaleras, en cenital, anuncian distancia y soledad, el grito de la madre se pierde en el edificio, las calles y la azotea mientras un silbido insistente y molesto toma su lugar. El plato está vacío sobre la mesa, una pelota rueda por un descampado, un globo queda atrapado en los cables de la luz...
La sencillez y cotidianidad modelan una atmósfera tenebrosa y asfixiante; la niña jamás irá a comer a su casa porque ha sido asesinada. El sonido ha llegado ya al cine, pero Fritz Lang emplea el recurso contrario al del inicio de "El Enemigo de las Rubias": en aquélla una joven era estrangulada en primer plano y el grito no se oía; aquí se opta por esconder el crimen y el sonido y el efecto es aún más devastador...y con ello nace una nueva forma de helar los huesos al espectador. Puede ser esta sin duda la piedra de toque del nativo de Viena, ya que su carrera estaba atravesando algunos baches por culpa de sus últimas producciones.
El productor Seymour Nebenzahl de los estudios Nero decide contratarle para la que será su primera obra hablada, en lo que será una gran oportunidad para experimentar con los nuevos avances que se están incorporando al cine. Pero no iba a ser el de Lang un film musical; en lugar de eso se arriesga con uno de género y junto a su esposa Thea Von Harbou imagina un cuento de terror sobre un asesino de niños que aterroriza a Berlín; accidentalmente encontrará a uno real: Peter Kürten, apodado "El Vampiro de Düsseldorf", título que decidió tras haber rechazado uno anterior por los problemas del emergente partido nacionalsocialista, molestos con sus alusiones.
Tras un elaboradísimo prólogo de 7 minutos y medio que se inscribe entre las mejores y más escalofriantes presentaciones de un asesino en la Historia del cine, el director nos introduce con ferocidad en su función, que constará de tres actos bien definidos en forma, ritmo y estilo. Lo primero es conocer la reacción del pueblo, y aquí juega de maravilla la intención de Lang de dejar atrás la sensación pesadillesca que establecía el expresionismo y que tan buenos resultados dieron a Wiene, Wagener o Murnau; en lugar de la tenebrosidad de los castillos u otros escenarios góticos se opta por situar el relato a pie de calle y en la época actual.
La sensación es por tanto más real y la sensación más angustiante. No será este un cuento de monstruos fantásticos; aquí lo monstruoso viene por lo humano y siempre dotado de una gran sutileza narrativa y psicológica. Durante este primer arco lo que tenemos es una ciudad sumida en el pánico, en el más absoluto caos sabiendo sus habitantes que un asesino sádico y sin compasión está matando a sus hijos; el director es particularmente crítico, con el histerismo injustificado, la brutalidad de los ciudadanos, alzados en jueces y verdugos (como se verá hacia el final) y en especial la incompetencia, enorme, de los agentes de la ley.
El innovador uso de la voz "en off" reforzará esta muestra de mordacidad, patéticamente cómica (mientras el jefe de policía explica al ministro los esfuerzos de su equipo para descubrir al homicida, un puñado de guardias bostezan en la oficina). Durante este tramo no hay protagonistas, el protagonismo recae sobre el miedo y la reacción del pueblo, enfrentado desde el lado de los que supuestamente lo guardan y el de los que lo componen. Lang lleva su cámara, con la que realiza ejecuciones muy audaces para la época (planos generales, barridos dinámicos, planos-secuencia de lo más estudiados, encuadres cercanos de gran detalle), por ese mundo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El contexto social y la radiografía íntima se entremezclan en un juicio donde lo que ahora se eleva es el grado de realismo.
Pero entramos en contradicciones: ¿qué poder tienen esos malvados individuos para condenar el Mal?, ¿y qué derecho tiene un asesino para seguir con vida cuando su fin último es arrebatar el derecho más importante del que goza un ser humano que es el de vivir? ¿Acaso no es necesario el llanto de una madre para condenar?, ¿ni la confesión de un hombre enfermo para perdonar? Lo que deba o no suceder al protagonista, plenamente consciente de las fuerzas aberrantes que manejan sus instintos y pulsiones, se deja a la decisión del espectador como más tarde se hará, por ejemplo, en "Rasho-mon". En opinión de quien esto escribe...uno debería inclinar sus oídos al llanto de las madres.
Tras un durísimo y estricto rodaje de seis semanas (en especial por el muy carácter tiránico del director), el film se estrena en Berlín y se gana el favor del público menos el del sector nazi, por supuesto, que lo censurará poco después y ya no podrá verse en el país hasta pasadas tres décadas. Joseph Losey realizará una versión más en 1.951 desde un enfoque más humano, pero como todos los "remakes" se queda a años luz del desgarrador drama, el agobiante suspense y la visión demoledora de la sociedad alemana del momento de la obra de Lang.
Adelantada treinta años a su época, contiene algunas de las imágenes más siniestramente bellas del 7.º Arte, y todos los asesinos psicópatas que estarían por llegar tendrían en Hans Beckert un modelo a seguir.
A una madre, desde el balcón, no le gusta escuchar esa canción. En una serie planos sencillos y barridos dotados de una increíble fluidez visual, se muestra el interior del edificio.
Tras hablar la mujer con una vecina la dejamos y entramos a la vivienda de ésta, que hace sus quehaceres despreocupada hasta que el sonido del reloj la avisa; es muy tarde y su hija Elsie ha de volver a casa. La tragedia aparece en forma de una sombra masculina que cruza unas palabras con dicha niña, quien juega en la acera con una pelota; fatalidad pura: las infinitas escaleras, en cenital, anuncian distancia y soledad, el grito de la madre se pierde en el edificio, las calles y la azotea mientras un silbido insistente y molesto toma su lugar. El plato está vacío sobre la mesa, una pelota rueda por un descampado, un globo queda atrapado en los cables de la luz...
La sencillez y cotidianidad modelan una atmósfera tenebrosa y asfixiante; la niña jamás irá a comer a su casa porque ha sido asesinada. El sonido ha llegado ya al cine, pero Fritz Lang emplea el recurso contrario al del inicio de "El Enemigo de las Rubias": en aquélla una joven era estrangulada en primer plano y el grito no se oía; aquí se opta por esconder el crimen y el sonido y el efecto es aún más devastador...y con ello nace una nueva forma de helar los huesos al espectador. Puede ser esta sin duda la piedra de toque del nativo de Viena, ya que su carrera estaba atravesando algunos baches por culpa de sus últimas producciones.
El productor Seymour Nebenzahl de los estudios Nero decide contratarle para la que será su primera obra hablada, en lo que será una gran oportunidad para experimentar con los nuevos avances que se están incorporando al cine. Pero no iba a ser el de Lang un film musical; en lugar de eso se arriesga con uno de género y junto a su esposa Thea Von Harbou imagina un cuento de terror sobre un asesino de niños que aterroriza a Berlín; accidentalmente encontrará a uno real: Peter Kürten, apodado "El Vampiro de Düsseldorf", título que decidió tras haber rechazado uno anterior por los problemas del emergente partido nacionalsocialista, molestos con sus alusiones.
Tras un elaboradísimo prólogo de 7 minutos y medio que se inscribe entre las mejores y más escalofriantes presentaciones de un asesino en la Historia del cine, el director nos introduce con ferocidad en su función, que constará de tres actos bien definidos en forma, ritmo y estilo. Lo primero es conocer la reacción del pueblo, y aquí juega de maravilla la intención de Lang de dejar atrás la sensación pesadillesca que establecía el expresionismo y que tan buenos resultados dieron a Wiene, Wagener o Murnau; en lugar de la tenebrosidad de los castillos u otros escenarios góticos se opta por situar el relato a pie de calle y en la época actual.
La sensación es por tanto más real y la sensación más angustiante. No será este un cuento de monstruos fantásticos; aquí lo monstruoso viene por lo humano y siempre dotado de una gran sutileza narrativa y psicológica. Durante este primer arco lo que tenemos es una ciudad sumida en el pánico, en el más absoluto caos sabiendo sus habitantes que un asesino sádico y sin compasión está matando a sus hijos; el director es particularmente crítico, con el histerismo injustificado, la brutalidad de los ciudadanos, alzados en jueces y verdugos (como se verá hacia el final) y en especial la incompetencia, enorme, de los agentes de la ley.
El innovador uso de la voz "en off" reforzará esta muestra de mordacidad, patéticamente cómica (mientras el jefe de policía explica al ministro los esfuerzos de su equipo para descubrir al homicida, un puñado de guardias bostezan en la oficina). Durante este tramo no hay protagonistas, el protagonismo recae sobre el miedo y la reacción del pueblo, enfrentado desde el lado de los que supuestamente lo guardan y el de los que lo componen. Lang lleva su cámara, con la que realiza ejecuciones muy audaces para la época (planos generales, barridos dinámicos, planos-secuencia de lo más estudiados, encuadres cercanos de gran detalle), por ese mundo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El contexto social y la radiografía íntima se entremezclan en un juicio donde lo que ahora se eleva es el grado de realismo.
Pero entramos en contradicciones: ¿qué poder tienen esos malvados individuos para condenar el Mal?, ¿y qué derecho tiene un asesino para seguir con vida cuando su fin último es arrebatar el derecho más importante del que goza un ser humano que es el de vivir? ¿Acaso no es necesario el llanto de una madre para condenar?, ¿ni la confesión de un hombre enfermo para perdonar? Lo que deba o no suceder al protagonista, plenamente consciente de las fuerzas aberrantes que manejan sus instintos y pulsiones, se deja a la decisión del espectador como más tarde se hará, por ejemplo, en "Rasho-mon". En opinión de quien esto escribe...uno debería inclinar sus oídos al llanto de las madres.
Tras un durísimo y estricto rodaje de seis semanas (en especial por el muy carácter tiránico del director), el film se estrena en Berlín y se gana el favor del público menos el del sector nazi, por supuesto, que lo censurará poco después y ya no podrá verse en el país hasta pasadas tres décadas. Joseph Losey realizará una versión más en 1.951 desde un enfoque más humano, pero como todos los "remakes" se queda a años luz del desgarrador drama, el agobiante suspense y la visión demoledora de la sociedad alemana del momento de la obra de Lang.
Adelantada treinta años a su época, contiene algunas de las imágenes más siniestramente bellas del 7.º Arte, y todos los asesinos psicópatas que estarían por llegar tendrían en Hans Beckert un modelo a seguir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Más bien submundo; el de los vagabundos, los alcohólicos, los abandonados, los jugadores, los gángsters, todos los que desconfían de las chapuceras tácticas de la policía y decidirán utilizar la justicia contra la ley.
Mientras tanto sucede algo inusitado con respecto al criminal; para Hitchcock aquél, siempre en el anonimato, funcionaba a modo de "macguffin" transfiriendo la culpa a un pobre inocente. Lang, si bien lo ha presentado según las claves expresionistas, no vacila en desvelar pronto su identidad, pues ante todo la figura de este sádico infanticida es de carácter terrenal.
Peter Lorre, más propio de otros géneros, se transmuta magníficamente en este personaje llamado Beckert: con sus ojos saltones, expresión inquietante y esa manía de frotarse las manos, además de su silbido de la pieza "I Dovregubbens Hall", con el que se hace uso del sonido para incrementar la sensación de terror y aportar un gran detalle que defina mejor el perfil del primer asesino psicópata por pleno derecho del cine. Pero el austriaco también evita algo esencial: conocer su personalidad y pasado (el de Kürten es desde luego motivo de estudio); en su lugar apuesta por el prudente distanciamiento, dejando que las primeras emociones del espectador en aflorar sean la repulsión, el rechazo y el estremecimiento.
Este distanciamiento lo produce la valla de una cafetería en la que el protagonista se detiene: nunca Lang entra y lo filma en primer plano; aplica, como Hitchcock, el voyeurismo y la curiosidad para acercarnos a él. Entonces aumenta el desasosiego por medio del innovador uso del sonido: emerge una especie de rugido de bajos tonos, sin duda el anhelo de su voz interior por seguir devorando almas. No ya un dr. Jekyll y "Mr. Hyde", sino un vampiro de la era moderna, que se ve a sí mismo como tal (secuencia magistral en la que Beckert, frente al espejo, emula las muecas de tal ser), y que representa el compendio de la degeneración humana en la sociedad.
Degeneración que lleva a la locura a sus vecinos, detonante del 2.º y el 3.er acto. Durante los próximos tres cuartos de hora Lang seguirá jugando, ahora con lo referente al estilo narrativo y formal; la angustia y el terror psicológico acumulados estallan en un intenso "thriller" donde aquél sigue modelando los códigos y perfilando los detalles de lo que habrá de llamarse "noir", y que estará muy presente en sus obras posteriores. Ahora lo importante es atrapar al criminal, y tras contemplar los planes de la policía y los vecinos (cuyos actos desarrollados en paralelo adquiere un significado más allá de lo meramente estético) empieza la cacería.
Se vuelve a hacer hincapié en la reacción del pueblo, unido contra el enemigo extraño, sin más armas que su propia furia (el realizador tendría problemas con esto por insinuaciones contra el nazismo). Y entonces un último acto totalmente escorado hacia el drama, en la línea de DeMille o Sternberg (incluso puede traernos recuerdos del "Asesinato" de Hitchcock) donde se nos da la oportunidad de acercanos realmente a Beckert y una magistral clase de lo que significa justicia en estado puro.
Mientras tanto sucede algo inusitado con respecto al criminal; para Hitchcock aquél, siempre en el anonimato, funcionaba a modo de "macguffin" transfiriendo la culpa a un pobre inocente. Lang, si bien lo ha presentado según las claves expresionistas, no vacila en desvelar pronto su identidad, pues ante todo la figura de este sádico infanticida es de carácter terrenal.
Peter Lorre, más propio de otros géneros, se transmuta magníficamente en este personaje llamado Beckert: con sus ojos saltones, expresión inquietante y esa manía de frotarse las manos, además de su silbido de la pieza "I Dovregubbens Hall", con el que se hace uso del sonido para incrementar la sensación de terror y aportar un gran detalle que defina mejor el perfil del primer asesino psicópata por pleno derecho del cine. Pero el austriaco también evita algo esencial: conocer su personalidad y pasado (el de Kürten es desde luego motivo de estudio); en su lugar apuesta por el prudente distanciamiento, dejando que las primeras emociones del espectador en aflorar sean la repulsión, el rechazo y el estremecimiento.
Este distanciamiento lo produce la valla de una cafetería en la que el protagonista se detiene: nunca Lang entra y lo filma en primer plano; aplica, como Hitchcock, el voyeurismo y la curiosidad para acercarnos a él. Entonces aumenta el desasosiego por medio del innovador uso del sonido: emerge una especie de rugido de bajos tonos, sin duda el anhelo de su voz interior por seguir devorando almas. No ya un dr. Jekyll y "Mr. Hyde", sino un vampiro de la era moderna, que se ve a sí mismo como tal (secuencia magistral en la que Beckert, frente al espejo, emula las muecas de tal ser), y que representa el compendio de la degeneración humana en la sociedad.
Degeneración que lleva a la locura a sus vecinos, detonante del 2.º y el 3.er acto. Durante los próximos tres cuartos de hora Lang seguirá jugando, ahora con lo referente al estilo narrativo y formal; la angustia y el terror psicológico acumulados estallan en un intenso "thriller" donde aquél sigue modelando los códigos y perfilando los detalles de lo que habrá de llamarse "noir", y que estará muy presente en sus obras posteriores. Ahora lo importante es atrapar al criminal, y tras contemplar los planes de la policía y los vecinos (cuyos actos desarrollados en paralelo adquiere un significado más allá de lo meramente estético) empieza la cacería.
Se vuelve a hacer hincapié en la reacción del pueblo, unido contra el enemigo extraño, sin más armas que su propia furia (el realizador tendría problemas con esto por insinuaciones contra el nazismo). Y entonces un último acto totalmente escorado hacia el drama, en la línea de DeMille o Sternberg (incluso puede traernos recuerdos del "Asesinato" de Hitchcock) donde se nos da la oportunidad de acercanos realmente a Beckert y una magistral clase de lo que significa justicia en estado puro.