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Voto de Chris Jiménez:
6
Thriller. Acción Dos asesinos a sueldo coinciden por circustancias de la vida en el orfanato donde crecieron en una isla al sur de Japón. El contacto con los niños del orfanato les hace tomar la iniciativa de ejercer sus profesiones invirtiendo sus ganancias en vacunas para los niños pobres y necesitados del tercer mundo. En uno de sus "trabajos" liquidan a un "superdotado", lo que lleva a la viuda del difunto a contratar a tres asesinos que sólo se ... [+]
6 de enero de 2021
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Otra vez vuelve Miike Takashi-san a sumergirnos, hasta asfixiar nuestros pulmones, en sus arrolladores y truculentos relatos de criminales, una vez más dispuesto a dinamitar el género.
Y sí, lo logra, de la mano de sus protagonistas, unidos por la amistad hasta la muerte...que así será.

Con "Dead or Alive" llevó a extremos inconcebibles el "yakuza-eiga" y el cine de acción, siendo una de las películas más conocidas con las que finiquitó los '90, aunque irremediablemente aplastada por el éxito internacional de su joya "Audition", estrenada poco antes; aquella ecléctica locura de instantes inclasificables que atravesaba multitud de géneros sin despeinarse y protagonizaban los simplemente magníficos Sho Aikawa y Riki Takeuchi iba de repente a continuar hasta convertirse unos años después en trilogía, ofreciendo a los fans una sorpresa detrás de otra (lo puedo atestiguar...).
Tan solo un año y cuatro films después (para que comprendan a qué ritmo de trabajo iba el director hace dos décadas) recupera a su dúo protagonista pero no a Ichiro Ryu; ahora es su ferviente colaborador Masa Nakamura ("The Bird People in China", "Young Thugs", la muy idiota "Andromedia") el que teje una trama que en absoluto tiene que ver con la de la primera entrega, aunque se comparta el estilo y ciertos detalles inevitables (típicos de la factoría "miikiana"). Detalles como un inicio donde se cruzarán los tics más rematadamente absurdos de su cine.

Se trata de poco menos de un cuarto de hora donde nos propone la presentación de los protagonistas (ahora distintos) que es sin duda todo un regalo para los fans de la vertiente más aberrante y psicotrópica del nipón: violencia arrolladora, velocidad de vértigo, extrañeza alienígena, un sentido del humor de lo más vergonzoso y esencia de cómic en cada uno de los planos y en la forma de ser de los personajes. Es volver a los tiempos de "Osaka Tough Guys" o "Fudoh" (y eso nos encanta, ¿verdad?); en esta ocasión el detective Jojima y el gángster Ryuichi son reemplazados por dos hombres al otro lado de la ley: Mizuki y Shuichi.
Ambos asesinos a sueldo sin escrúpulos, y a los que unen los lazos de una gran amistad desde que eran niños. Entonces es cuando Miike, en una de sus clásicas y confusas maniobras, vira en redondo el argumento (sin abandonar sus concesiones a lo bizarro) y se dedica a profundizar en este dúo que acabamos de conocer, y a partir de aquí es el drama el guía de los acontecimientos. La ciudad representa la violencia, la traición, la venganza, la locura, pero la isla donde nacieron y crecieron, a la que se dirigen en barco, refleja un pequeño paraíso alejado de todo eso.

Así que esta escapada insular es sobre todo un viaje de introspección, de reparación, de tratar de curar una herida abierta, de tratar de recuperar un tiempo irrecuperable; el director abre la puerta de la nostalgia y nos sumerge en una especie de entrañable "impasse" mientras reconstruye a través de frenéticos saltos en el tiempo (gracias al ingenioso guión de Nakamura) la vida de Mizuki y Shuichi y el amigo que se quedó en el pueblo, Kohei, imagen del ejemplo a seguir: uno prospera realmente respetando la tradición (cristiana, en este caso, a lo que se le da mucha importancia) y llevando una vida humilde y recogida.
Las sombras del Kitano más suave e incluso de Koreeda emergen en este nudo donde simpatizamos aún más con los protagonistas, por no haber tenido, como huérfanos, más familia que a ellos mismos, por donar el dinero que ganan cometiendo crímenes a otros niños que lo necesitan, y sobre todo por recobrar aquello que perdieron, su infancia, gracias a los chavales del pueblo. Puede que se produzcan situaciones un tanto esperpénticas (esa simpática función de teatro), pero si Miike y Nakamura hubiesen mantenido esta línea hasta el final, abogando por lo sentimental e intimista, habrían logrado una obra verdaderamente notable...

Pero no, Miike no es así (ya tendrá tiempo de ser así en otros trabajos), y además no es algo que nos pille de sorpresa, pues mientras todas estas cosas suceden en la isla, veremos de manera intermitente a unos gángsters librando una guerra en la ciudad con tal de encontrar a Shuichi por los asesinatos cometidos, y ahí es donde vuelve el realizador a su más negra, indigesta, descolocada y enfermiza exposición del género, alcanzando en ciertas ocasiones un grado de mal gusto que hace recordar una vez más esa máxima de los fans para definirle a él y a su cine: la de "esperar lo inesperado".
Aun así, ni tan siquiera los que ya estamos muy acostumbrados a sus delirios podemos preveer ciertas cosas (con nombrar sólo lo de la esposa del yakuza súperdotado (o "megadotado") no sería suficiente), demostrando que pocos saben equilibrar como el nativo de Osaka el bajo presupuesto con la imaginación; este último viaje a la ciudad de Shuichi y Mizuki, es, en respuesta al primero, uno de condenación y muerte, donde por fin se reparten las cartas a los que van a subir al Cielo o descender al Infierno (la metáfora visual propuesta es deliciosa).

Y la forma de finiquitar dicho viaje, con un último retorno a la "tierra prometida" entre litros de sangre, se debe ver para creer. Por su parte, los buenos de Aikawa y Takeuchi sacan a relucir su faceta más autoparódica (el primero en especial) a la vez que humana, y en esta línea no podemos olvidar el gran trabajo del "obligatorio" de Miike, Kenichi Endo.
Las geniales intervenciones de Ren Osugi, Noriko Aota y dos que agradecerán los fans del cine japonés, las de Shinya Tsukamoto (en un papel increíble) y Tomoro Taguchi, rematan esta segunda parte de esta inclasificable trilogía, la más psicológica, íntima y humana...pese a estar atravesada por ocasionales destellos de salvajismo y desenfadada demencia.
Chris Jiménez
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