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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Ciencia ficción La película de ciencia-ficción por excelencia de la historia del cine narra los diversos periodos de la historia de la humanidad, no sólo del pasado, sino también del futuro. Hace millones de años, antes de la aparición del "homo sapiens", unos primates descubren un monolito que los conduce a un estadio de inteligencia superior. Millones de años después, otro monolito, enterrado en una luna, despierta el interés de los científicos. Por ... [+]
7 de julio de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el libro de Stephen Hawking que cito en el título de esta crítica, el célebre astrofísico y cosmólogo se propuso resumir en apenas ciento cincuenta y dos páginas la Historia del Universo. Propósito ambicioso, casi temerario, qué duda cabe, y un logro manifiesto de su enorme capacidad científica e intelectual. En la cronología del cine también hubo un hombre que se planteó semejante propósito; y queriendo o sin querer, terminó por dar forma a una de las películas más grandes y míticas de todo el orbe cinéfilo. Hablo, claro, del genio megalómano Stanley Kubrick y de la sin par «2001. Una odisea del espacio».

Película de una impresionante profundidad intelectual y metafísica, ya desde su estreno se instaló en el inconsciente colectivo como uno de los tótems indiscutibles de la historia del celuloide. Su indiscutible capacidad hipnótica, la poderosísima fascinación que ejercen sus imágenes y el envolvimiento total que aporta la banda sonora la convierten en algo más que una película. Casi podríamos estar hablando de la experiencia sensitiva total, un viaje a la profundidad más insondable de la vista y del oído, pero también de nuestra capacidad de discernimiento, de nuestra potestad para ejercer casi obligatoriamente esa racionalidad que nos separa de las otras especies vivientes de la Tierra, y cuya evolución queda perfectamente retratada durante la primera media hora de película, una oda al darwinismo más puro.

Al igual que hiciera Tarkovsky años más tarde con «Solaris», «2001» es un film que nos impele a convertirnos en seres pensantes todo el tiempo. Nada de lo que acontece en pantalla es gratuito ni baladí, y el espectador, atenazado por la fascinación implacable que la sucesión de imágenes ejerce sobre sus sentidos, pasa a formar parte activa de la experiencia. Sí: porque nada es «2001» si no cuenta con la cualidad pensante del espectador, de quien Kubrick reclama y demanda una participación cerebral considerable en el proceso casi mágico de transmisión de su mensaje, sumamente complejo e intencionadamente alambicado.

Dos tribus de primates que luchan por un charco de agua. Un monolito que representa el advenimiento de la inteligencia (de eso que somos, al fin y al cabo). La mejor elipsis de la Historia del Cine y el viaje espacial más hipnótico hacia Júpiter. Un ordenador dotado de la peor de las cualidades humanas (el orgullo) y una lucha desigual entre dos entelequias condenadas a entenderse. Y, finalmente, un viaje por el éter, por la Nada más insondable, esa de la que salimos una vez, probablemente arrastrados desde las aguas primordiales; esa misma Nada a la que terminaremos arribando, sea en la habitación de un hotel en medio de una galaxia perdida más allá del futuro o en una cápsula de vacío desde la que contemplemos, todavía como fetos a medio formar, la impresionante danza del universo. Quizá esa mirada contemplativa, de ojos azules y enormes y gesto adusto y ausente, nos lleve un día a comprender cabalmente el mensaje total de esta enorme película.

Sí: porque han pasado más de cincuenta años desde su estreno y todavía seguimos descifrándola, todavía seguimos intentando montar el puzle y atando los cabos. Tal vez deban pasar otros cincuenta años para que veamos la totalidad de la imagen. Entonces, y solo entonces, comprenderemos la Teoría del Todo, esa que Kubrick nos quiso contar a través de este viaje incomparable.

Excelente.
Arsenevich
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