Louis Malle, todo un provocador que emprendió una carrera sonorizada de escándalos cada vez a más en sus obras (la infidelidad ataviada de crimen en “Ascensor para el Cadalso” (Ascenseur pour l´Echafaud, 1957), la justificación del suicidio como dilema moral en “El Fuego Fatuo” (Le Feu Follet, 1963), una insinuada e incestuosa exploración de la adolescencia en “El Soplo al Corazón” (Le Souffle au coeur, 1971) o el colaboracionismo durante la ocupación alemana en “Lacombe Lucien” (1974) alcanzó su inusual cúspide recurriendo a la Ciencia-Ficción, género todavía virgen para él, desarrollándolo en la imaginería de Lewis Carroll y su Alicia en el País de las Maravillas con algunos apuntes a los hermanos Grimm de Hansel y Gretel (lo angustiante y tramposo que puede repercutir acogerse bajo techo ante los peligros del exterior) o al de “Ricitos de Oro y los tres osos”.

Un coche a toda velocidad se adentra en el campo huyendo de las explosiones y ejecuciones en una sangrienta contienda entre hombre y mujeres. Lo conduce Lily (Cathryn Harrison) una joven que teas huir del fuego se esconde en un acogedor caserón de campo habitado por una anciana (Therese Giehse) a quienes dos hermanos (Joe Dallessandro y Alexandra Stewart) la atienden e le dan de pecho si hace falta mientras vigila atentamente e informa por radio los movimientos de la chica a la que se le aparece un feo unicornio en cuerpo de pony mientras es partícipe de ver corretear a un grupo de niños desnudos tras un cerdo.

Con este escenario y un argumento que roza lo lineal el director de “Milou en Mayo” (Milou en Mai, 1991) opta para que sea el espectador juzgue por este extraño cuadro sujeto a una imaginería poco desbordante pero si sugerente en recursos sugerentes que lo convierten en una pieza extraña, como si fuera la conclusión extraída de un sueño del propio autor.