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Voto de Ano García:
8
6,6
1.577
Drama
Julie hace un esfuerzo titánico para criar a sus dos hijos en las afueras de París y conservar al mismo tiempo su empleo en un hotel de lujo en el centro. Justo cuando consigue una entrevista para el trabajo que llevaba tiempo deseando, estalla una huelga general que paraliza todo el transporte público y pone en riesgo el delicado equilibrio que Julie había construido. Comienza entonces una carrera enloquecida contra el tiempo en la que ... [+]
27 de marzo de 2022
45 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo leo las sinopsis de las películas cuando voy al cine, para intentar que mi inversión merezca la pena. La de “À plein temps” es peligrosa: ¿va a ser la soflama moralizante que tenemos que sortear constantemente en el cine? ¿Nos insultará la pantalla con otro de esos filmes que bailan cómodamente al ritmo de su tiempo, pero que los críticos llaman “comprometido”? El ejemplo reciente más claro es “Madres paralelas” (Pedro Almodóvar, 2021) del que hablo en mi crítica en FilmAffinity.
Por suerte “À plein temps” no es ese tipo de película. Si bien se trata de una historia de su tiempo, lo es por retratar de forma exquisita a la protagonista como mujer y como trabajadora, sin escupir en la cara del espectador ideología en la fase de fariseización (googlear "pirámide de la hegemonía" para más info), en la mejor tradición del cine realista.
Porque, como ya nos ha quedado claro en la sinopsis, estamos ante la “vie quotidienne”, donde no hay nada extraordinario: ni asesinos ni robos, ni zombies ni vampiros, ni viajes en el tiempo ni interestelares, ni tiros ni hazañas, ni personajes excéntricos ni premisas surrealistas. Solo la simple y llana vida: Julie, mujer separada y con dos hijos que vive en un barrio dormitorio y entrega su carne al capital precariamente mientras busca cómo entregarla mejor. La situación que dispara la acción no es más que una huelga de transportes, que todo el mundo que ha vivido en una gran ciudad ha sufrido antes o después, con un París de fondo donde la torre Eiffel solo es un cuadro relamido en una habitación cochambrosa.
Estos sencillos mimbres no impiden que “À plein temps” sea un filme frenético, donde las situaciones mundanas como coger el tren mantienen al espectador agarrado a la butaca. La clave es su exquisita artesanía, especialmente su guion milimétrico con un ritmo de edición y un trabajo de cámara plenamente a su servicio. Solo la música vaporwave, que en principio acompaña bien, se hace un tanto repetitiva hacia el final.
Los personajes están excelentemente tratados y muy bien presentados: se nos da a conocer de ellos lo justo para que rellenemos los huecos, lo que ahorra metraje y hace sentir inteligente al espectador. Destaco el de la jefa de la protagonista, vil lacaya del sistema que disfruta en su papel de correa de engranaje de opresión de clase; subalterna que hace suya la misión de la plutocracia por una migajas de pan (de coloritos, para diferenciarla de quienes están por debajo).
Y me complace muchísimo que no haya una historia de amor de las que siempre suelen pulular por este tipo de filmes, más allá de un beso divertidamente ridículo en el sótano, entre polvo y cachivaches desechados.
El resultado es un fiel retrato y un alegato de la clase trabajadora, con una huelga a la francesa de fondo, pero sin moralismo. Un Ken Loach sin discursitos, y por ello mucho más potente. Esto queda enfatizado, sin duda, por el final, que comento en spoliers aunque es muy previsible, junto al punto más negativo de la película.
Por suerte “À plein temps” no es ese tipo de película. Si bien se trata de una historia de su tiempo, lo es por retratar de forma exquisita a la protagonista como mujer y como trabajadora, sin escupir en la cara del espectador ideología en la fase de fariseización (googlear "pirámide de la hegemonía" para más info), en la mejor tradición del cine realista.
Porque, como ya nos ha quedado claro en la sinopsis, estamos ante la “vie quotidienne”, donde no hay nada extraordinario: ni asesinos ni robos, ni zombies ni vampiros, ni viajes en el tiempo ni interestelares, ni tiros ni hazañas, ni personajes excéntricos ni premisas surrealistas. Solo la simple y llana vida: Julie, mujer separada y con dos hijos que vive en un barrio dormitorio y entrega su carne al capital precariamente mientras busca cómo entregarla mejor. La situación que dispara la acción no es más que una huelga de transportes, que todo el mundo que ha vivido en una gran ciudad ha sufrido antes o después, con un París de fondo donde la torre Eiffel solo es un cuadro relamido en una habitación cochambrosa.
Estos sencillos mimbres no impiden que “À plein temps” sea un filme frenético, donde las situaciones mundanas como coger el tren mantienen al espectador agarrado a la butaca. La clave es su exquisita artesanía, especialmente su guion milimétrico con un ritmo de edición y un trabajo de cámara plenamente a su servicio. Solo la música vaporwave, que en principio acompaña bien, se hace un tanto repetitiva hacia el final.
Los personajes están excelentemente tratados y muy bien presentados: se nos da a conocer de ellos lo justo para que rellenemos los huecos, lo que ahorra metraje y hace sentir inteligente al espectador. Destaco el de la jefa de la protagonista, vil lacaya del sistema que disfruta en su papel de correa de engranaje de opresión de clase; subalterna que hace suya la misión de la plutocracia por una migajas de pan (de coloritos, para diferenciarla de quienes están por debajo).
Y me complace muchísimo que no haya una historia de amor de las que siempre suelen pulular por este tipo de filmes, más allá de un beso divertidamente ridículo en el sótano, entre polvo y cachivaches desechados.
El resultado es un fiel retrato y un alegato de la clase trabajadora, con una huelga a la francesa de fondo, pero sin moralismo. Un Ken Loach sin discursitos, y por ello mucho más potente. Esto queda enfatizado, sin duda, por el final, que comento en spoliers aunque es muy previsible, junto al punto más negativo de la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Primero, el punto negativo: que engaña al público con que no le iban a dar el trabajo a Julie. Esta llama a la empresa y le dicen que si no le han contactado ya es porque el puesto ha sido cubierto. Triquiñuela idiota para que el espectador no anticipe el final, y que simplemente podría eliminarse: la angustia de la protagonista está tan bien retratada que basta para generar la tensión de los últimos minutos.
Esa tensión suspendida es un buen momentum para el desenlace. Julie ha perdido el trabajo y en consecuencia el ritmo de la película ha bajado. La resolución está al caer, y me divierto imaginando alternativas improbables: que se tira al tren, que se currorromeriza, que se perroflautiza, que mea en las cajitas de las habitaciones del hotel, qué se yo. Pero aunque resulta ser la que intuíamos, que le dan el trabajo, la película la retrata de manera emocionante.
Y lo suficientemente abierta.
Pantalla negra. ¿Ahora qué? Aparecen los créditos y sigue en nuestra retina la última imagen. Julie ha conseguido el trabajo. Sus lágrimas son de victoria, pero también de fracaso: volver al ritmo frenético y a no tener con quién dejar a sus hijos. Salimos del cine rápido y caminamos deprisa a pesar de que nadie nos espera y hace una noche espectacular. La película nos sigue: nuestros movimientos rutinarios son flashazos de cámara, ponunwasap, guardaelmóvil, miraditaalapeñitawapadelaterraza. Rápido esto, rápido lo otro. Julie ha conseguido lo que quería, que a la vez es su maldición. Mientras, nosotras, dedicadas por completo a la vida bohemia, disfrutamos de no tener más prisa de la que nos ha impregnado la película. Y este es su mensaje: ayer, hoy y siempre, abajo el trabajo.
Esa tensión suspendida es un buen momentum para el desenlace. Julie ha perdido el trabajo y en consecuencia el ritmo de la película ha bajado. La resolución está al caer, y me divierto imaginando alternativas improbables: que se tira al tren, que se currorromeriza, que se perroflautiza, que mea en las cajitas de las habitaciones del hotel, qué se yo. Pero aunque resulta ser la que intuíamos, que le dan el trabajo, la película la retrata de manera emocionante.
Y lo suficientemente abierta.
Pantalla negra. ¿Ahora qué? Aparecen los créditos y sigue en nuestra retina la última imagen. Julie ha conseguido el trabajo. Sus lágrimas son de victoria, pero también de fracaso: volver al ritmo frenético y a no tener con quién dejar a sus hijos. Salimos del cine rápido y caminamos deprisa a pesar de que nadie nos espera y hace una noche espectacular. La película nos sigue: nuestros movimientos rutinarios son flashazos de cámara, ponunwasap, guardaelmóvil, miraditaalapeñitawapadelaterraza. Rápido esto, rápido lo otro. Julie ha conseguido lo que quería, que a la vez es su maldición. Mientras, nosotras, dedicadas por completo a la vida bohemia, disfrutamos de no tener más prisa de la que nos ha impregnado la película. Y este es su mensaje: ayer, hoy y siempre, abajo el trabajo.